Margen de maniobra

     A la casi eterna pregunta de cuál es el margen de maniobra que de verdad, de verdad, tienen los políticos convencionales para modificar la realidad en beneficio de los ciudadanos o si son los llamados poderes ocultos (antes se decían “fácticos”) no es fácil responder con cierta solvencia y seguridad. Pero seguro que, aunque sea mucho, es, y sigue siendo, bastante menos de lo que de hecho nos quieren hacer creer, especialmente en los momentos en que buscan nuestro apoyo, aliento y simpatía. Incluso ahora con la globalización ha decrecido esta virtualidad.
       Estaba Sancho ya en el pleno ejercicio de gobernador cuando le anuncian que un labrador pide hablar con él para presentarle un negocio, según él dice, de mucha importancia. Accede el escudero y se encuentra con que el visitante le solicita una carta de recomendación para que un rico vecino acepte a su hijo como yerno. Mas, a la pregunta más bien ritual de si desea alguna otra cosa, no se lo ocurre sino “digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi hijo bachiller, digo para ayuda de poner su casa, porque en fin han de vivir por sí, sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros”. Y es ahí cuando Sancho, poniéndose en pie y asiendo la silla en que estaba sentado, lanza la famosa perorata que empieza por “¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que, si no os apartáis y escondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco… y ¿dónde los tengo yo, hediondo?... aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?”
   En un espinoso juego de confusión que plantea Cervantes entre enriquecerse personalmente o manejar dinero para atender las cuitas de los ciudadanos, poco tiempo daba el labrador a Sancho. Día y medio no era suficiente para haber conseguido unos cientos de ducados que ya le reclamaba el paisano. Poca ayuda material podía proporcionarle pero, a modo de respuesta provisional a la pregunta arriba planteada, hay que reconocer que el verdadero campo de maniobras es el de lo simbólico. Los políticos juegan con los valores y la capacidad de entusiasmar, de ilusionar y ello se transforma, o se puede transformar en una forma de manipulación. No sea que, con la excusa del enredo, valga aquello que se decía antiguamente: tú me das tu reloj y yo te doy la hora.

Publicado el 20 de junio de 2014

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