Ojo con lo de la casta

      Como de pronto y sin que nadie lo esperara, se nos ha colado en nuestro espacio público un quehacer imprevisto y repentino que, como es natural, está revolviendo muchos rincones de la sociedad. Lógico y normal, que diría cualquiera. Es explicable que un asunto de la trascendencia de la manera de organizar la suprema convivencia haya sacado de la siesta a personas y colectivos que de buenas a primeras se están interesando en cuestiones de las que antes ni se habían preocupado. Lógico y normal, de nuevo. Pero, a pesar de la fiebre que a algunos ha invadido y de los movimientos colectivos que se están produciendo, parece razonable andarse con bastante tiento y mucha precaución no sea que de Guatemala vayamos a Guatepeor. El problema puede sobrevenir de la aparente espontaneidad con la que se están produciendo propuestas, movimientos y proclamas que cada uno considera que obedecen a sus propios convencimientos. Pero no hay que olvidar que las trampas pueden estar a la vuelta de la esquina.
     Un ejemplo que viene muy a cuento es el lenguaje que empieza a utilizarse. “¿De quién es la opinión de la opinión general?”, se pregunta el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Porque podemos estar ante un ejemplo típico de ilusión de consenso generalizado que de entrada deja fuera de discusión tesis más que discutibles. Es el caso de “la casta”, denominación que, una vez más vuelve a ponerse de moda, referida al conjunto de lo que otros llaman la clase política. La casta, dice Daniel Montero, es “un grupo depredador que guarda sus secretos con un evasivo recelo. Un velo informativo vestido de trasparencia envuelve muchos de sus actos”.
     Pues ojo con lo de la casta, que seguramente es una estafa teórica y muy inteligente sugerida con fineza por personas interesadas en distraer la atención. No en balde el sustantivo ha conseguido matrimoniar plácidamente con “los políticos” de manera que ni siquiera es necesario completar la frase para que se entienda que se habla de los llamados profesionales. Pero esta rutina es una forma sibilina de dejar fuera a todos los demás, a los otros políticos, que viven en territorio público, pero escondidos de las referencias en los medios de comunicación. Órganos, instituciones, entes, fundaciones, federaciones patronatos, consorcios y demás que en bastantes casos son los que de verdad están esquilmando al Estado sin que nadie eche cuenta de ello.

Publicado el 6 de junio de 2014

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