Eufemismos y ambigüedades

     Pues ya que hemos terminado el Mundial y aún no han empezado a hervir nuestros equipos, habrá que buscarse mientras tanto entretenimientos de tres al cuarto. Y, aunque sugerencias nunca faltan, puede uno derivar la atención a menesteres ingeniosos y atractivos como es, por ejemplo, tratar de averiguar, en lo que han dicho, qué es lo han querido decir los personajes públicos que hablan para todos. O hubieran debido decir, que, habiendo acostumbrado a los periodistas a que acepten el “sin preguntas”, se pueden dar el lujo de explicarse con eufemismos o ambigüedades. Y lo hacen sin inmutarse. Para el ejercicio bastan dos casillas y material para distraerse lo hay de sobra.
     Espero que los cordobeses arropen al equipo de fútbol, dice el responsable del Córdoba, estimulando los amores patrios (o sea, que le compren los abonos, pese a las discusiones que su cuantía ha despertado). Los responsables de la Mezquita-Catedral llaman a la calma y a la serenidad, virtudes sin duda de muy alto valor, insistiendo en que lo bueno es que se sosieguen las cosas, (o sea, que se dejen como están, que así están a su juicio bien). Al fiscal general le parece muy bien la celeridad con la que actúa su subordinado en el caso de la Infanta presentando el recurso casi antes de que juez se hubiese pronunciado, dejando entrever que esa es una cualidad que debe tener la justicia (o sea, que está muy bien que en este caso se haga así, sin tener que referirse necesariamente, por qué iba a hacerlo, a los otros miles de procedimientos andando al ralentí).
     El de Delfos era el oráculo cuyas respuestas solían tener más crédito porque, se decía, aciertan con más frecuencia que los demás. El secreto ya se sabe, la ambigüedad de su contenido. Una vez pagada la tasa correspondiente y efectuados los sacrificios rituales correspondiente al dios, llegaba el momento de la consulta y la respuesta. Es lo que le pasó a Creso, rey de Lidia, en el que quizá sea el vaticinio más famoso que ha pasado a la historia, cuando antes de atacar a los persas preguntó por el posible éxito de su campaña y recibió la conocida respuesta de que, si cruzas el río que hace frontera entre Lidia y Persia, es decir, si pasas al campo enemigo, “destruirás un gran imperio". Y así ocurrió. El problema vino después cuando comprobó aterrado e incrédulo que el imperio destruido había sido el suyo. Consecuencias de la ambigüedad.

Publicado el 4 de julio de 204

No hay comentarios:

Publicar un comentario