Pobres aforados

      De pronto el término “aforado” ha aparecido como de la nada y se ha hecho dueño de nuestro espacio social. Como diría Alex Grijelmo, se ha convertido en una palabra de prestigio, se nos ha sobrevenido llenando las páginas de los medios y floreciendo en las conversaciones de quienes gustan de exquisiteces jurídicas. Otra cosa es que esté claro su alcance y significación a los legos y profanos en leyes. Porque ¿qué significa ser o estar aforados? Hasta casi un insulto cuando el otro día un miembro del gobierno devolvía al resto de parlamentarios que se quejaban de algo relacionado con ello: “pero si ustedes también son aforados…” Y en calle, si se le pregunta a la gente, aunque siempre hay algún listo que sabe de qué va la cosa, se puede uno encontrar con respuestas, sin precisar mucho, como que es uno más de los chollos de los políticos, otra ventaja que se han buscado para esquivar la ley y hacer lo que les parezca o, ya puestos, que el rey puede tener los hijos que quiera sin que nadie le pueda decir nada. ¡Un verdadero lío!
       Alfonso de Valdés, colaborador inmediato del Emperador Carlos, cuenta en su “Diálogo de Mercurio y Carón” la charla que tienen estos dos personajes, mientras van pasando almas que llegan a que el barquero las pase al Hades a cumplir su castigo. De toda clase y condición, el autor aprovecha la escena para fustigar los vicios de la gente. De pronto llega un rey y, tras confesar sus muchas culpas, le espeta Caronte: -“¿Es que no hay ley que castigue a los que eso hacen?; -Sí la hay mas la ley no comprende al rey; -Dices la verdad, responde el barquero, porque el rey debería ser tan justo, tan limpio y tan santo y tan apartado de vicios, que aún en un cabello no rompiese la ley y por ello dicen que ella no le incluye”.
      Protección jurídica especial para los grandes siempre la ha habido. Basta asomarse a la historia para ver que ya hace unos miles años a.n.e. los “awilu”, o algo parecido, que formaban la capa superior de la sociedad, ya la tenían. O en la Edad Media, por ejemplo, existían los alcaldes de hijosdalgo que se ocupaban de los asuntos correspondientes a estos nobles. En todo caso la prebenda del aforamiento, que hay quien asegura es más una desventaja que una sinecura, parece ser de menor cuantía onerosa que la inviolabilidad o la inmunidad que les es propia y de las que nadie se acuerda. Pero este es el juego del lenguaje público.

Publicado el 1 de agosto de 2014

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