A favor de El Algarrobico

      Convertirse en mito o referente de algo es como cargar sobre uno el peso de determinada humanidad, es echar sobre sus espaldas un fardo metafísico y simbólico. Cuando una persona o un objeto se convierten en representación o emblema de algo quedan al albur de los caprichos, motivos, afanes, razones e intereses de los demás. Una condición que en algunas oportunidades puede ser beneficiosa, en otras acabar con “la vida del artista” pero que siempre es molesta porque, cuando menos, rompe el equilibrio interior y lo convierte en un tabú, a manos de todos los que lo odian o lo adoran. Y al final acaba siendo como un fetiche, como un ídolo u objeto de culto al que se atribuye representatividad pero que en verdad no deja de ser lo que es. Así ha acontecido a El Algarrobico.
      Ciudadanos de Carboneras han reclamado que se acabe la obra y se abra tal como estaba previsto. Y, aunque ponerse de su parte pueda ser un pecado merecedor de horca y cuchillo como aquellos que para el bien de las almas utilizaba la Santa Inquisición, hay que decir que, al menos a día de hoy, es de sentido común y tienen toda la razón del mundo. Y si uno pregunta por la calle sobre ello coinciden muchos ciudadanos cuando lo dicen en privado. Pero, al haber tenido la desgracia de hacerse famoso por acumular tanta literatura, le han otorgado la condición de sagrado de una de tantas religiones laicas que andan circulando por el espacio público, de manera que para poder dormir con la conciencia tranquila y tener carné de respetuosos con la naturaleza (lo de “ecologista” ya es otra cosa, muy compleja y muy seria) es obligatorio posicionarse contra su apertura. Y así se ha quedado de momento en un mero proyecto. Los vecinos de Carboneras ya se apañarán como sea.
      Difícil es sin duda el equilibrio de sistemas que permitan comer a los que ya viven a día de hoy y también a los que vendrán en el futuro. El problema es tan espinoso que no puede resolverse con apriorismos ni con frases hechas por mucho sonido ético que le echen. Posiblemente no debió construirse pero es a fin de cuentas un eslabón más en la posesión que las clases medias han hecho de un rincón junto al mar, al que tenían todo el derecho y de lo que habría mucho que hablar pero con calma, sabiduría y sin prejuicios. Que debió haberse hecho mejor pero de otra forma aquello solo hubiese quedado para los oriundos y, por supuesto, para los ricos.

Publicado el día 19 de septiembre de 2014

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