Diálogo de Hilas y Crisipo

       Platicaban el doctor Hilas, eminente filósofo y su amigo Crisipo, que le había preguntado sobre un pensamiento nuevo que unos dialécticos habían suscitado en una controversia de las de contradistingo. Y el sabio Hilas, con benevolencia no exenta de firmeza, le había repuesto que ya le habían llegado noticias de la que era sin duda una tergiversación dogmática y, más que un error, parecía más propiamente una herejía. Y muy perniciosa pues atacaba el plan de Dios y su Santa Providencia sobre la ordenación del mundo, uno de los pecados más nocivos de la soberbia humana, raciocinio, decía Hilas, que solo podía venir de unos perversos racionalistas, impíos y dominados por poderes diabólicos.
      ¿Qué todos somos iguales?, pero ¿cómo puede afirmarse esa aberración?, insistía Hilas mostrándose algo más encendido de lo que en él era habitual. Sin duda que la Santa Inquisición deberá intervenir para evitar que se propaguen estas ideas infectas dentro del pueblo fiel, que pueden arrastrarlo a su perdición haciéndole creer posible quebrantar el plan de Dios. ¿O acaso no nos ha hecho Dios a unos altos y a otros bajos; bellos y feos; torpes o inteligentes; ricos o pobres, nobles o vasallos, que para cada uno aplica el gran Huarte de San Juan una diferente instrucción y magisterio? Por eso, mi amigo, dicen los grandes filósofos que conceptualmente no puede haber dos seres iguales y, en consecuencia, tampoco dos humanos. Es lo que llaman el “debate de los indiscernibles” porque, si así fuese, ¿cómo iban a distinguirse unos de otros y cómo sería aquello en lo que no se confunden? Y acaso ¿no ven cómo el orden de Dios es jerárquico de manera que unos están arriba y abajo, como acontece en el mismo cielo en el que hay ángeles y arcángeles, y lo mismo ocurre en otras tierras ni siquiera cristianas que allí llaman castas?
     Fíjate cómo al maestro Leibniz, reforzaba Hilas, no le cabe duda de que, habiendo podido crear Dios mundos de muy diversa condición, su suprema bondad le había llevado a originar el más perfecto posible. Y por eso es uno de los pecados más graves que una persona pueda cometer intentar salirse del lugar que la divina Providencia le señaló al nacer y eso no lo puede realizar ni el Rey, que el plan de Dios solo a Él le toca enmendarlo si así le place a sus eternas intenciones. (Resumen adaptado de una eterna crónica apócrifa, ínsita en el corazón de tanta gente…).

Publicado el día 12 de septiembre de 2014

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