Poder, cuotas y fealdad

       Después de algunas semanas sin noticias de grandes y graves escándalos, el agobio, si no ha desaparecido del todo, al menos ha quedado atemperado y serenado. Fueron unos días en los que de pronto no se alcanzaba a qué información acudir o a dónde mirar, porque las revelaciones, en forma de cascada, se pisaban unas a otras y, casi sin tiempo de haber conocido los detalles de una, ya sonaban campanas por otro lado. Un período afortunadamente breve pero tan intenso que casi acaba con la templanza de los más calmados. Y consiguientemente, visto lo visto, cualquier corporación que quisiera estar al día y acomodarse a la urgencia de los tiempos anunciaba que tomaría medidas para corregir los desmanes a su alcance y prever que volvieran a ocurrir. Terapias urgentes que aumentaban el ruido de lo que estaba ocurriendo. Pero ahora, de la misma manera que entró como un huracán moviendo y removiendo estructuras políticas y sociales, vivimos un período de sosiego, al menos aparente, y liberados tanto de pecaminosas denuncias como de propuestas de remedios.
       La presión fue tan concentrada que hubo gente que se preguntó a qué oscuro designio obedecía que maldades antiguas y sobre todo prolongadas aparecieran de esa manera tan atropellada que casi cortaba el resuello. Claro que si es verdad lo que se acaba de publicar, que doce millones de norteamericanos están convencidos de que el presidente Obama es un lagarto verde extraterrestre, más fácil es que los montones de amigos de las conspiraciones creyeran que no era casual este torrente de informaciones y que seguro que ese hecho obedecía a alguna mano negra, o blanca, moviéndose por las entretelas de los medios de comunicación. Y más aun tratándose de temas y asuntos políticos en los que la primera ley (no escrita pero asumida por todos) dice que la actividad primaria y primordial de todo político es conspirar, preferentemente contra los propios compañeros. De ahí el grito de: ¡al suelo, que vienen los míos!
        El caso es que aquí no se acaba de reformar nada de lo crucial y necesario. Todo es recorte va, recorte viene pero la clave última y por donde habría que empezar el traje nuevo, que son los repartos de poder por cuotas, ni acaba de ponerse sobre la mesa. El poeta hispanorromano relacionaba a los feos con los buenos: “Pelo rojo, cara negra, pierna corta y ojo malo / difícil lo tienes, Zoilo, para salir buena persona”.

Publicado el día 5 de diciembre de 2014

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