La danza de la muerte

    Sabido es que los medievales de los últimos siglos, a pesar del ambiente de cierta espiritualidad oficial que de alguna manera se vivía en la época, tenían una retranca de padre y muy señor mío. Era entonces, como ya se dicho en otras ocasiones, cuando lo que importaba a las autoridades estaba en la salud del alma como procedimiento además más rentable para mantener la situación social y política. No es que no estuvieran preocupados por evitar el aumento de la demografía en el infierno, que por supuesto era una zozobra relevante, pero lo del orden público, mantener la estructura social era en el fondo lo que les tenía más atentos. Como además ocurría lo de siempre, que los ricos y poderosos eran los mismos, todo lo que aseguraba que las cosas iban a mantenerse tal cual era promovido y bien consolidado. Pero la gente, que tenía escasas o nulas posibilidades de cambiar la situación y evitar la esclavitud y el aplastamiento a que estaban sometidos buscaba otras vías de escape a su desgracia.
      Por ejemplo con el latiguillo permanente de que al final todos calvos. Las coplas de la danza de la muerte, en la que esta señora va dando un repaso de mucha consideración a todos y cada uno, enumerados y citados de arriba abajo, es decir, de los más poderosos a los más humildes, constituía el latigazo de venganza a la explotación de que eran objeto. No todos desde luego hacían esta cuchufleta porque había quienes estaban de acuerdo en que las cosas eran como eran porque Dios así lo había querido y era una salvajada moral tratar de cambiarlas, pero bajo cuerda y como de tapadillo se recreaban con mirada pícara con aquello de “cómo la muerte avisa a todas las criaturas que paren mientes en la brevedad de su vida…”. Toda la historia de la literatura, en unos casos con fines moralizantes pero en otros muchos con intención mordaz y sañuda, está llena de alusiones al asunto. Que comparezcan la lámpara y la cama de su casa, dice el personaje de Luciano de Samosata hacia el siglo segundo refiriéndose a un malvado que va camino del infierno, para dar testimonio de sus muchas maldades. Lo de la cama no lo explica porque ya se supone y la lámpara, para descubrir los otros crímenes.
     Toda esa literatura encierra algo de ingenuidad y mucho de sarcasmo pero, sobre todo, bastante y demasiado de impasibilidad y frialdad ante lo permanente e inmutable, lo que se sabe que no tiene solución.

Publicado el día 28 de noviembre de 2014

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