¿Fusilar a los corruptos?

       Fusilar al amanecer, tras juicio sumarísimo, a todo corrupto es la única pena que aún no ha propuesto, que se sepa, ningún partido, ningún grupo, ningún colectivo. Pero, aunque aún falta esta puntilla, improperios y proposiciones de castigos de todo tipo sí que están a la orden del día en proclamas y manifiestos. Lógico y normal, diría cualquiera a quien se le pregunte. Hoy no es posible ningún discurso que no incluya como sentencia preferente la condena más radical de la corrupción, desde señalamientos con el dedo acusador hasta autos de fe virtuales, una nueva experiencia de este tiempo.
       Pero, siendo razonable todo lo anterior, cuando llegan los tsunamis nunca es prudente ni acertado dejarse arrastrar por la corriente, a lo loco, sin reflexión, porque de esta manera lo que podemos acabar haciendo en enlodar todo el asunto, revolverlo todo, confundir conceptos y a fin de cuentas dejarse llevar por la corriente sin resolver gran cosa. Son los fuegos de artificio como solución final. Bernard de Mandeville escribió la fábula de las abejas o cómo los vicios privados generan beneficios públicos: una colmena en la que todos, absolutamente todos, estaban corrompidos, lo que hacía la felicidad general. Hasta que a algunas abejas se les ocurrió probar la virtud y de ahí se siguió muy pronto la ruina más completa.
      Ocupados en gritos y arengas, parece que nadie quiere corregir nada. Nadie habla de repensar y de reestructurar las administraciones para que su eficiencia quite señuelos; nadie dice de mejores y más eficaces sistemas de organización y control; nadie se acuerda de profundizar en la gestión del estado autonómico tan lleno de contradicciones y duplicidades. Valga un ejemplo de los muchos: ¿a alguien se le ha ocurrido plantear una reforma de la administración andaluza, monstruo ingobernable y caótico, con una centralización abusiva que hace imposible, por muy buena voluntad que se ponga, poder ser controlado?, ¿tan difícil es darse cuenta de que hay que redactar, y cumplir bien, un estatuto de gestión profesional que evite la existencia de tantos aficionados con enormes responsabilidades a sus espaldas? Ya se sabe que siempre habrá pecadores (flacos y quebradizos somos, dice el Kempis) pero habrá muchos más si las condiciones lo facilitan. Como en tantas otras cosas, seguimos como siempre: con remiendos, discursos vacuos y vacíos y ninguna solución de verdad.

Publicado el día 12 de junio de 2015

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