Los listos y los puros

       Estos días todo el país es un puro conciliábulo, un puro cabildeo. De pronto toda la esfera pública ha quedado transformada en un coro de corrillos, pactando, conviniendo o concertando unos por aquí y otros por allá. De manera que apenas debe quedar rincón, despacho, cafetería, banco de algún paseo… en el que no andan unos y otros que si me das, que si te doy. Y por lo general, en voz baja, en secreto que ya se sabe que las palabras, más aún que las armas, las carga el demonio. Unos, que si se van o no, otros que si esperan llegar. Ya lo dice Sancho: “yo imagino que es bueno mandar aunque sea a un hato de ganado” y por eso tiene el deseo de “probar a qué sabe ser gobernador”. Ocasión óptima por tanto para la dialéctica, la sofística, los silogismos, las falacias y las peticiones de principio. Y para mirar con el rabillo del ojo, lo que antes se hacía a través del abanico.
       Y situación enormemente propicia para que los listos lancen sus retos: a mí me la van a dar estos… y traten de llevarse el gato al agua, aunque ya se sabe que estos animales la odian casi genéticamente. Contaba un alto cargo que venía de la empresa que en una ocasión acudió a Japón con un grupo de colegas a negociar unas transacciones comerciales. Todo había transcurrido de acuerdo a lo convencional (mesa en dos bandas; intérpretes en cada grupo, dada la diferencia de idioma; pausas de vez en cuando para que cada grupo estableciera su estrategia…) hasta que llegó la hora de brindar por el éxito. Fue entonces cuando el líder japonés anunció a los españoles que, dado que todos los negociadores japoneses hablaban perfectamente el español, a partir de ese momento solo se hablaría en nuestro idioma. Pero el verdadero problema para que se llegue a acuerdos, por otra parte imprescindibles, son los puros, los perfectos, los que en tantas ocasiones son los que mejor saben guardar sus villanías y que ahora están saliendo como hongos. Ocultando, como siempre, las desgracias y las miserias de la gente y más pendientes de gloriosos y afamados autos de fe. Más de uno debería leer (o releer), por ejemplo, “Las manos sucias de Sartre”.
       Pedía don Quijote a Sancho en su programa electoral, que no otra cosa es el discurso que en dos partes le ensarta para su gestión en la Barataria, que ni usara la ley del encaje (mediante la que los ignorantes presumen de agudos) ni nunca olvidara el origen de su linaje.

Publicado el día 5 de junio de 2015

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