Los inventos de Melquíades

      Lo asegura Thomas De Quincey, en “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes. Ya saben: “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto dejará de darle importancia a robar, del robo pasará a la bebida y a la inobservancia del día del Señor y así se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Es decir, que se empieza por matar al vecino y se acaba llegando tarde al trabajo. El proceso de deterioro parece de esta forma imparable. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, vamos entrando en una pendiente en la que lo más grave es la perdida de la capacidad de discernimiento, la de aclarar lo que realmente merece la pena y lo que no son sino elucubraciones y fantasías de chichinabo.
      Puede parecer inevitable porque la vida hace como que nos tira para arriba cuando en realidad nos va hundiendo poco a poco. Es el grave peligro que tienen sociedades como las nuestras, que andan haciendo de todo espectáculo, montando y mostrando risas y farfolla por doquier mientras no nos llegan los gritos de la humanidad que tenemos al lado. Tratan unos y otros, quienes manejan el poder (y sobre todo sus monaguillos), de marcarnos el terreno y las reglas de juego y así, mientras nos abruman con caravanas de coches llenos hasta la bandera de seres felices con sus “merecidas vacaciones”, la casa se nos está cayendo abajo. Puro esperpento, puro cartón-piedra que desmonta la foto de un niño ahogado en la playa. O la del policía que, haciendo lo que le han ordenado, desahucia a una familia porque antes el político de turno, al frente de un Ayuntamiento (probablemente felicitado por su visión mercantil y financiera) ha vendido impunemente la casa a un fondo buitre que no entiende de gaitas.
        El relato es muy bien conocido. Cada año por marzo, cuenta García Márquez al principio de “Cien años de soledad”, aparecía por Macondo una familia de gitanos desarrapados trayendo en cada ocasión un nuevo invento de los que andaban o habían andado por el mundo: un imán, un catalejo y una lupa “del tamaño de un tambor”… Inventos que abrían especiales horizontes y afectaban especialmente a José Arcadio Buendía, que, metido en las elucubraciones que les sugerían los diferentes inventos, decidió entre otras cosas ofrecer al gobierno el uso de la lupa como arma de guerra, incluso desconociendo todo sobre Arquímedes. Y en esas estamos, como suele decirse.

Publicado el día 4 de septiembre de 2015

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