Los ojalateros y parecidos

       Muchas y excelsas historias hay detrás de esos a los que la tradición del buen humor, y de alguna que otra cosa, llama “ojalateros”. No en balde, aunque humildes y algo pazguatos, tienen una tarea insustituible en el comercio de la vida y los tráficos. Es este un término de escaso uso en el habla, lo que no quiere decir de parca práctica ya que define un tipo de comportamiento la mar de extendido por muchos ámbitos de la vida. Por ojalateros (escrito así, sin hache, a diferencia del término que se refiere a quienes trabajan o fabrican piezas de hojalata) se entiende una vieja profesión y tarea, de las que podría discutirse su antigüedad, que explica el diccionario de la R. A. E. como al que en las contiendas civiles se limitaba a desear el triunfo de su partido. (¿Sólo antes?)
       Sobre el origen del término, no así su etimología que, como puede apreciarse, es bastante claro que se deriva del árabe y el adverbio ojalá, algunos dicen que la frase tiene su origen en las llamadas guerras carlistas y era la manifestación de la queja de quienes estaban al frente en el campo de batalla y renegaban de los cortesanos que, andando en el mundo de la diplomacia, se limitaban a suspirar al tiempo que añadían: ojalá ataquen y ganemos nosotros. El literato P. Risco, con ocasión de la biografía de un militar de la época, es el que hace referencia a cómo de “los fogueados oficiales llamaban repugnantes ojalateros a los que dentro de las oficinas y lejos de la línea de fuego, levantaban sus manos al cielo con la súplica: ¡ojalá triunfemos…”
       Ojalateros se va uno encontrando por la vida a cada esquina y seguramente y tal vez todos tengamos algún ramalazo de lo mismo. La versión más jaranera y explayada, la que aparece por libros y folletos de manera más principal, es aquella que se refiere de esta forma: “Dice el padre prior que bajéis al huerto, que trabajéis y que después merendáremos”, de la que hay otra versión como más sarcástica: “Dice el padre prior que bajemos al huerto, que trabajéis y que después merendaremos”, con lo que la bajada al jardín se convierte en la onerosa peregrinación del propio. De donde debe deducirse que de la necesidad de su existencia no puede caber ninguna duda porque, vamos a ver, cómo podría sobrevivir el convento si no existiese heraldo o recadero que indicase a los frailes los encargos y mandatos del prior? Las flores de corte, que decía Quevedo.

Publicado el día 15 de enero de 2015

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