Los miedos y las amenazas

     Hace un tiempo John Carling, narraba un hecho referido a una tribu sudafricana, los Xhosa. Contaba que en marzo de 1856 una profetisa quinceañera de la tribu había tenido la visión de que a su gente les esperaba un futuro feliz, el cielo, pero para alcanzarlo, debían ofrecer previamente un inmenso sacrificio como ofrenda. “Anunciad que todo el ganado debe ser exterminado porque las vacas han sido infectadas por la brujería”. Largo y accidentado fue el debate promovido por los miembros del partido de la razón que proponían pensar y repensar una decisión de tan graves consecuencias. Pero los impolutos, los que se llamaban a sí mismo puros y guardadores de las esencias, no sólo se oponían a esa controversia sino que consideraban que ya la misma propuesta de discutir suponía un descreimiento, un terrible pecado de falta de fe. Por fin en agosto de ese mismo año la tribu obedeció y mataron entre 150.000 y 200.000 vacas, lo que ocasionó que más de 20.000 personas murieran de hambre.
       En aquel trance tan desafortunado y desgraciado, siguiendo con la reflexión de Carling, los Xhosa hicieron lo que se denomina el “cálculo implícito de todo riesgo”, es decir, evaluar si la posible recompensa justifica la renuncia, algo que hacemos nosotros, que, antes de lanzarnos al ruedo, medimos si el peligro que corremos va a compensar el beneficio que esperamos conseguir.
       Ahora nos parece claro a nosotros que hicieron un grave despropósito. Pero los Xhosa no lo entendieron así. Convencidos plenamente de que unos miles de vacas valen poco frente a la felicidad eterna, lo que se jugaban y lo que iban a ganar, su decisión fue perfecta. Su equivocación fue aplicar un paradigma sin consistencia teórica. El error estuvo, primero, en creer que el cielo (que está ahí esperando) vendrá en algún momento sobre la tierra y, después, en que bastaba ese módico precio para conseguirlo. Pero ante el fiasco, el jefe supremo de los brujos achacaría, como siempre ocurre en estas situaciones, el fracaso de la operación a algunos pecados, y así daría una vuelta más al tornillo del control de la mente mediante un período de purificación. Cuando los prejuicios son irracionales (y casi siempre lo son), todo se justifica y los argumentos racionales no sirven de nada. Y ya veremos qué dicen de nosotros en tiempos futuros, una vez que en tantas cosas estamos actuando con los mismos parámetros que los Xhosa.

Publicado el día 8 de enero de 2016

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