Una bonita historia triste

        La poesía, que tantas veces soporta el reproche de placer inútil, de entretenimiento vano, aunque misterioso y elevado pero yermo al fin abre en ocasiones caminos de conocimiento. Como símbolo de lo que ocurre en la vida, forma parte, en opinión de Jorge Wagensberg, junto al científico y al revelado, de los tres únicos modos que existen para saber, siendo el artístico el más ansioso y animoso con respecto a la complejidad del mundo porque elabora imágenes de sucesos que acontecen sucesivamente.
        Dice el poeta romano Ovidio (más conocido por sus libros sobre los amores, que en algunos períodos de la historia fueron censurados por inmorales, lo que, como es sabido, les ha hecho más famosos) que, cuando falta una noche para los Idus (forma de señalar el tiempo para los romanos y que en mayo son el día 15), empieza el verano y tiene fin la estación de la templada primavera. O sea, el 13 noche. Es entonces, el día anterior a los Idus, es decir, el 14 de mayo cuando se recuerda cómo el dios Júpiter, en figura de toro, ofreció su lomo a la muchacha, que conocemos con el nombre de Europa. Enamorado perdidamente de ella, no sabía cómo conquistarla y la raptó llevándosela en ese toro alado sobre el mar pero cuidando de que sus pies jóvenes no se mojaran con el agua mientras el viento “le abombaba el regazo, haciéndola aún más bella”. Al arribar a la playa se transformó de toro en dios pasando al cielo pero dejándola embarazada a ella, cuyo nombre lleva una tercera parte de la tierra. También ese día, casualmente, se celebra una vieja ceremonia en la que una virgen echa al agua imágenes de junco de hombres primitivos, en recuerdo de aquellas gentes que un día llegaron desde Grecia para asentarse en estas tierras pero que, al no haber olvidado sus orígenes, piden que sus cenizas sean arrojadas al Tíber “para que alcancen a través de las aguas mi tierra de donde vine”. Y el día 15, cuando los Idus, es el día del Dios Mercurio, el de los negocios, que “corre los caminos con los pies alados, feliz tocando la lira y feliz…”. Escuchando el ruego de quienes profesan la venta de mercancías que “te ruegan, ofreciéndote incienso, que nos reportes ganancias” y “haz que me sea de provecho engañar al comprador”. Mercurio, termina el cuento, se ríe desde lo alto del que pide tales cosas, acordándose de que él había robado las vacas de Apolo.
        Triste coincidencia de celebraciones.

Publicado el día 13 de mayo de 2016

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