Clericalismo municipal

    Sorprende a primera vista al observador externo (“etic” lo llaman los antropólogos) la militancia clerical del gobierno municipal cordobés. Militancia en su doble vertiente, unas veces activa y en otros momentos pasiva. Un estilo de gobierno, en lo que concierne a determinados temas o naturalezas, en el que se lleva a cabo una deriva del poder institucional que por naturaleza le pertenece; una mengua en la gestión, decisión y soberanía de los que precisamente desde san Agustín se llaman “iura fori”, que hoy traduciríamos por “derechos civiles”. Y ya no es la broma de la misteriosa e intrigante “concejalía culto y clero”, cubierta administrativamente o transversal, que hace las delicias humorísticas y sarcásticas de los que algunos llamarían bajos fondos (aunque en verdad ni tan bajos ni tan fondos). El asunto es más serio por la donación de poder legítimo del que se posee y la bajada del nivel de institucionalización de la acción política.
     Sorprende y mucho dicha deriva porque de ella no se aprecia ni necesidad y ni a cuento de qué viene. Ni intención ni propósito, ni sentido ni funcionalidad; ni tampoco qué beneficios pueda estar proporcionando a la ciudadanía en general, a la que se debe su actividad pública. Incluso ni siquiera sus mayores, ideológicos y correligionarios, lo están ejerciendo, más allá de algún hecho aislado, y desde luego no con esa fuerza y ese afán. Puede que algún arbitrista de los de cuentas asegure que con esta aventura se trate de garantizar la contada fidelidad del voto de aquellos ciudadanos que estarían dispuestos a apoyar una nueva reedición de la querella de las investiduras de allá por los siglos XI y XII pero, aparte de anacrónicos, tampoco deben ser demasiados. En todo caso produce la impresión de que es un discurso de puro vacío.
     El poder municipal se define por la visión de globalidad. Apenas hay representantes de instituciones públicas a los que el protocolo les asigne un puesto de preferencia sobre el alcalde. Pero una cosa es el juego de lo menor, que puede ser sectario, y otra, la política de lo que podríamos llamar “El Estado municipal”. En esta dimensión social y política el alcalde lo es de todos, absolutamente de todos. Hasta del rey. Hace unos cuantos siglos ya decía Jean Bodin que, si el príncipe soberano toma partido, dejará de ser juez soberano para convertirse en jefe de partido. Tan sencillo como una obviedad.

Publicado el día 16 de enero de 2015

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