Sagrados ideales

       La historia se puede teatralizar así: el líder de ERC, tras levantarse y vestirse de moralista impenitente y feroz, lanza al universo mundo uno de los más virulentos y punzantes sermones contra la corrupción. Una vez terminada la tarea, se baja del púlpito, se pone el traje de faena y se marcha con prisa al Parlamento catalán no vaya a llegar tarde de impedir que el presidente Mas, la persona más cercana humana, política y económicamente al señor Pujol, tenga que declarar en la comisión que al efecto se ha creado en dicha institución. Una vez conseguido su propósito, se dedica a hacer grandes elogios poéticos y soñadores de cómo de bien van a vivir los catalanes tras conseguir la independencia del explotador y tramposo Estado Español. Y así una, dos, tres y hasta cuatro veces, llueva, esté nevando o haga un sol espléndido. Esta es la película, más o menos, de los hechos conocidos públicamente. Luego viene la segunda parte: un día la situación se hace tan insostenible, después de que el nombre del presidente haya sido citado en esos trapicheos de la familia, que decide modificar su voto y añadirse a los que exigen que el señor Mas acuda a la referida comisión. La respuesta de Convergencia es tan sucia e impúdica, que es aquello de que si no veo, no lo creo: acusa a ERC de estar socavando el proceso de independencia.
      El temible y duro término ideología siempre ha tenido dos significaciones más o menos cercanas pero con un matiz muy diferenciador. Y una de ellas, la perversa, se utiliza cuando se trata con sentido de información engañosa, cuando manejamos los valores para encubrir miseria y suciedad, intereses aviesos. La historia desgraciadamente está tan llena de manipulaciones estructurales que en escasas ocasiones somos nosotros mismos los que pensamos desde nosotros. Pero en este caso el engaño es tan obvio e infantil que cabría aplicarle aquello de Michael Kinsley refiriéndose al hablar de los políticos: una metedura de pata es lo que pasa cuando un político, sin querer, dice la verdad.
       La fábula recuerda aquella vieja broma tan conocida del que, estando en misa, ve pasar al monaguillo hasta en tres oportunidades pidiendo “una limosna para el culto”. Sorprendido, le pregunta cómo y porqué de esta actitud y si no le bastaba con haber hecho un solo recorrido que, además, es lo habitual. “Es que es para el cura, que sabe tres idiomas”, le dice el acólito.

Publicado el día 30 de enero de 2015

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