Parloteos navideños

     “Te contaré que los médicos me acaban de diagnosticar una comprometida dolencia”, relataba el otro día el amigo. Es un síndrome muy molesto que no tiene tradición clínica y que ni siquiera dispone de protocolo al uso. Una afección dura y difícil. Y, fíjate, insiste: todo causado por un colmo de responsabilidad social, por buscar “el plus de identidad ciudadana para tener peso y presencia en la esfera pública”, que viene a decir Ramón Rodríguez. He querido, al menos por una vez, no poner límite a mi esfuerzo de conocimiento y eso me ha llevado a un estado de tal postración que he tenido que recurrir a medios terapéuticos que me ayudaran a sobreponerme al trauma. Es la complicación de los excesos y de la falta de criterio para señalar el límite. El problema ha venido, te lo explicaré todo, por cómo han proliferado los discursos de fin de año de los diversos responsables políticos. Desde el gobierno hasta el último responsable público, todos se han sentido obligados a decir a los ciudadanos sus pensamientos sobre cómo lo han hecho de bien (y lo harán en el futuro aún muchísimo mejor, si ello fuera ya posible) en una especie de rendición de cuentas, al estilo del llamado “juicio de residencia”.
      Todos, envueltos en una escenografía cursi, lánguida y meliflua, con una sonrisa de amigo íntimo, susurrante y cómplice, idéntico estrado de chimenea invernal impoluta y perfecta, primeros planos de un rostro que simula enviarte muchos besos y requiebros como si estuviese absolutamente preocupado por tí solo con quien habla de tú a tú… de lo nuestro. Eso sí, arengas y sermones sin interrupciones ni preguntas. Como se suele hacer últimamente. Todos iguales, desde los líderes comunitarios, que también son jefes nuestros, hasta los presidentes de la comunidad de vecinos y los jefes de escalera. Y así ha sido como ha caído el amigo. Creyendo que le hablaban a él solo y, al tiempo, consciente de que debía seguir y estudiar todas y cada una de las declaraciones, ni villancicos ni belenes: todo el día persiguiendo textos.
    Pláticas hueras la mayoría de las veces. Parloteos protocolarios pero con signos propagandísticos; plenamente inútiles; viejos y anticuados, con olor a naftalina. Cuenta Filóstrato en su “Vida de sofistas” que cuando los atenienses se dieron cuenta de la habilidad de los que hablaban por hablar, los excluyeron de los tribunales. Pues a lo mejor no era mala idea.

Publicado el día 9 de enero de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario