Los cuchillos de los míos

     Comentaba la sección humorística de un periódico la broma de que seguro que Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, debe dormir espléndidamente dada la cantidad de gente que le está haciendo la cama. La multitud está reñida con el descanso pero hacer la cama a alguien, como se sabe, es trabajar secretamente para quitarle el puesto que tiene. Y eso es lo que se está denunciando estos días, que dentro del Partido Socialista existen movimientos de notables que, creyendo débil la posición política del recientemente elegido, están en la tarea de retirarlo de en medio con el mensaje de quítate tú que me voy a poner yo. Y, como es habitual, estos notables tienen a su lado un grupo de adláteres y corifeos que van limpiando el camino mientras le cantan sin cesar aquello de eres el mejor, el más listo, el más guapo… La opinión más generalizada da pistas, además, de que en esta carrera por subir hay quien de momento lleva todas, o casi todas, las ventajas.
       Curioso y hasta sorprendente resulta el escaso interés que suscitan en la literatura política las relaciones que se dan dentro de los grupos, en especial en lo referente a su comportamiento moral. Cuando se habla de ética y política, habitualmente nos referimos a los principios que deben regir las acciones públicas con respecto a la sociedad o al Estado, lo que se llama “ad extra”, es decir, al exterior, pero casi nunca nos ocupamos de los preceptos que deben gobernar el comportamiento de quienes participan de manera voluntaria en un partido ni les aplicamos reproches ni reprimendas cuando quebrantan códigos elementales de conducta ética. A lo de “los cuchillos más peligrosos son los de mis compañeros” o el grito de “cuerpo a tierra que vienen los nuestros” se les da un tratamiento casi chistoso como si la traición, la felonía y la deslealtad dentro del propio partido no fueran también pecados abominables.
      A este respecto ya hace muchos siglos hablaba Plutarco de que, si toda actividad política produce ciertas enemistades y diferencias, conviene que este hecho sea para el político motivo de intensa preocupación. Al líder, sobre todo si es elegido y legitimado democráticamente, hay que deberle acatamiento y fidelidad. Y en esto no valen zarabandas ni juegos por el estilo. La ética “ad intra”, es decir con los propios, es imprescindible. La búsqueda del poder no legitima todo. Y ¡ojo! que la gente no es tonta.

Publicado el día 23 de enero de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario