Ceremonias de salvación (y 2)

     Antes del zarpazo económico-político de mayo de 2010, vivíamos, viene a decir Antonio Valdecantos, con la sensación, y hasta la seguridad, de que, “sin necesidad de salir de casa”, a la vuelta de la esquina o casi había comenzado ya, nos aguardaba una sociedad en la que “las cadenas de la dominación política eran cosa del pasado y había quedado extinguida la esclavitud laboral pues el trabajo no en vano iba a parecerse cada vez más al ocio”. Casi inimaginable de maravilloso era el perfil colectivo y personal que por aquel entonces se vivía socialmente. Por supuesto que no es que todo estuviera resuelto pero sí que el horizonte se mostraba despejado y sin demasiados sobresaltos. Los problemas de desarrollo social o de índole genético, por ejemplo, con los que nos encontrábamos se denominaban de crecimiento y ya se irían aclarando. No parecía notarse la necesidad de ceremonias de salvación puesto que no se avistaba peligro.

      En ese momento, antes de que se anunciara la debacle, parecía que las creencias en las que se apoyaba la situación de la persona tenían solidez bastante, eran los suficientemente despejadas y poderosas para explicar nuestro presente y el futuro que nos llegaba. Un diseño de vida dentro de nuestra suprema cultura occidental en la que dominaba la seguridad no solo de mantener las llamadas conquistas sociales, en su amplio significado, sino también la arquitectura económica que las sostenía. No se puede decir que en aquel momento, problemillas y dudas aparte, no estuviera perfilado un estado de bienestar que parecía asentado y estable. Llegó un momento en el que la gama de derechos (de derechos adquiridos al fin y al cabo) parecía natural, nunca un producto de decisiones artificiales.

     Pero cuando todo se vino abajo, empezaron las dudas y las incertidumbres y lo que antes parecía claro y distinto empezó a enturbiarse conceptualmente. Cuando las cosas están complicadas, es fácil no saber qué hacer pero no hay que olvidarse de que lo que en el fondo late en esas situaciones comprometidas es la incapacidad de entender qué es lo que pasa, qué está ocurriendo. Cuando se hunden los cimientos, la angustia de fondo es un problema de pensamiento y no de acción. No se puede caer en la trampa de la acción por la acción: mientras no consiga aprehenderse la realidad, solo se dan palos de ciego. O se acierta por casualidad. Y así nada se resuelve en verdad.

Publicado el día 1 de mayo de 2015

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