Sigue el iconoclasta (2)

       El iconoclasta de guardia, tras explicar cómo las peleas por los límites de las agrupaciones y sociedades humanas se han dado, con mayor o menor quebranto, desde siempre, también sin duda hoy día, quiso insistir. Y dijo:
      Ya os lo estoy diciendo, que todo este lío que se ha montado no es algo natural u obligado por la naturaleza como si la configuración de las naciones o los países obedeciera a leyes biológicas, físicas, matemáticas y menos aún metafísicas. Aunque queramos hacer grandes y magníficas hecatombes, (que, en más oportunidades de las que se debiera, sirven más para enardecer que para reflexionar con sentido) todos sabemos de sobra que los Estados son simples convenciones humanas que a través de la historia han ido apareciendo, modificándose y caducando por múltiples motivos, unos racionales y sensatos y otros disparatados e inadmisibles. Casi siempre diseñados y empujados para su exclusivo y propio beneficio y disfrute, para defender sus posesiones, sus riquezas y dominio ideológico, por una élite (realeza, plutocracia, oligarquía) que, con un discurso envolvente, con palabras graves, mágicas y emblemáticas han embarcado ingenuamente a las poblaciones al sacrificio con el engaño de lo “nuestro”, que ya sabemos que nanay de nanay. Porque ya me diréis que beneficios proporcionaba al ciudadano de a pie (que, como decía la canción, solo quiere su fiesta en paz) que su país fuese más grande o fuerte como para jugarse la vida, aunque bien es verdad que, como decía Galbraith, los caballos bien alimentados dejan mejores migajas. Y aunque esto suene como suena, pues así ha sido. Todos esos referidos discursos no son sino lo que los técnicos llaman, la superestructura. Es decir, el conjunto de valoraciones y valores propios a que todas las sociedades se atienen para entender y explicar el mundo y establecer las pautas de su comportamiento, para delimitar lo que consideran útil de lo inútil, correcto de lo que no, para definir lo que les parece bueno o malo. Y que en tantas ocasiones los poderes utilizan como puras ideologías, pensamientos engañosos.
       Sugiriendo que su discurso tocaba ya pronto a su fin y recordando la pregunta de Platón sobre si un hombre justo puede hacer mal a alguno siquiera de los hombres, el iconoclasta se secó el sudor que su esfuerzo en teorizar le había originado y se dispuso a concluir con lo que su mente y su corazón le aconsejaban.

Publicado el día 9 de octubre de 2015

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