Otra visión de los resultados

        Hablando del resultado de las últimas elecciones generales se ha gestado una versión de lo acontecido casi unívoca: aunque pueda parecer un logaritmo de prácticamente imposible solución, esto es lo que hay, esto es lo que gente ha votado y que lo resuelvan los políticos que para eso están. Al fin y al cabo echarle las culpas de todo a los políticos no es solo un lugar común sino, en ocasiones, hasta una estrategia psíquica e ideológica para, culpando a otros, liberarnos de nuestras propias responsabilidades. Pero las elecciones son también una radiografía de lo que la sociedad es y no viene mal echar una ojeada a lo que han dicho.
       Y para reflexionar sobre lo que han opinado los españoles a través de su voto, podemos echar mano de una hoy teoría esencial, el de inteligencia colectiva. Dice Javier Sampedro que una hormiga no sabe geometría pero un hormiguero sí y que una colonia de abejas funciona como un buen termostato que mantiene constante la temperatura de la colmena, pese a que cada abeja individual es una perfecta incompetente para esa tarea, lo que quiere decir que en los animales sociales sí funciona ese sistema, la inteligencia colectiva. ¿Y en los humanos, en las agrupaciones o grupos humanos? La cosa está en discusión y, mientras hay quien cree que, por ejemplo, internet o la Wikipedia son un buen modelo, otros científicos no lo tienen tan claro. ¿Vale esto también para explicar los comportamientos colectivos de nuestra especie?
     Aplicándolo a los resultados de las elecciones, tanto si las agrupaciones humanas se comportan como inteligencias colectivas o, si por el contrario, no puede hablarse sino de coincidencias o discordancias de opiniones y pareceres de individuos, estamos ante una muy grave complejidad política. Si creemos en que somos una sociedad con inteligencia colectiva, se puede entender que formamos una ciudadanía, cuando menos, contradictoria, con graves tensiones internas de casi imposible encaje. Y, si echamos mano de la segunda hipótesis, que somos una sociedad desestructurada, cuyos integrantes van cada uno por su lado, con aspiraciones y valoraciones tan diversas ajenas a alguna coherencia interna. Mal síntoma, tanto por un camino como por otro. Algo habrá que hacer para resolver lo que el filósofo francés Foucault llama “la experiencia moral de la sinrazón”. Y, como se dice ahora, en ambos casos no sería malo que nos lo miráramos.

Publicado el día 5 de febrero de 2016

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