Nada, una tontería

       Juan Pablo Forner fue un escritor del siglo XVIII, de carácter adusto y duro con las situaciones literarias y bien preparado para conocer las tropelías del lenguaje, que escribió un libro en el que describe lo que diríamos el entierro de la lengua castellana. El texto, suficientemente gráfico incluso en el título, es una sátira en la que manifiesta el mal camino que ha tomado el uso del idioma y la espantosa y sombría desazón que le produce esta circunstancia. Pasados ya camino de más de dos siglos, podríamos traer a colación, por ejemplo, las reiteradas admoniciones y reprimendas que nos dedican cada día los académicos más activos.
      Una lengua natural es el archivo, dice Lázaro Carreter, adonde han ido a parar las expectativas, saberes y creencias de una comunidad, un archivo no estático sino en permanente actividad que cambia, deja obsoletas e incorpora a lo largo del tiempo las connotaciones precisas para poder convivir armoniosamente y entenderse una comunidad. El lenguaje encierra por ello dos niveles o propósitos, diferentes y complementario. Uno es la representación del alma y de la manera de ser y actuar de un pueblo, de un colectivo cosido por vivencias comunes y que le dan sentido de unidad. La otra dimensión es puramente instrumental. Si no habláramos lo mismo, si fuera real aquella metáfora del don de lenguas, no sería posible ni siquiera la supervivencia. Si, al decir un pan, el otro entendiera tren, pues apañados estaríamos.
      Jugar con el idioma es por tanto la mayor torpeza que un ser racional puede cometer. Dicen los expertos que el lenguaje abreviado de los teléfonos no afecta nada al lenguaje natural. Estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de los carteles de propaganda, de los titulares de los establecimientos y de la comidilla de cada día. ¿Y las administraciones públicas? Poca o nula importancia dan al uso del lenguaje correcto. Ya sabemos que en los boletines oficiales escribe demasiada gente, pero debía ser obligatoria la presencia de unos correctores que supieran algo tan sencillo como que entre “XXX, ha decidido” no hay coma. ¡Mira que proponer un texto para examen general con faltas de ortografía! Y es que, si en lugar de “perder el tiempo”, tratando de memorizar, desde la niñez más prematura, inútiles estructuras gramaticales, lo que a nada bueno conduce, se ocupasen en aprender a leer, escribir y hablar… Nada, una tontería.

Publicado el día 3 de junio de 2016

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