¡Ay de las encuestas!

     La historia del inglés que ha votado el brexit por estar convencido de que no iba a triunfar y decidió aprovechar la oportunidad para manifestar su enfado con el gobierno, ilustra con claridad una de las muchas aporías y paradojas que encierran las encuestas de opinión. El referido ciudadano quería seguir en Europa, estaba convencido de que sus convecinos así lo iban a aprobar pero quiso dar un sopapo a sus autoridades votando lo contrario de lo que deseaba. Su actitud volátil e inconsistente recuerda la anécdota del recluta que, cabreado una tarde por algún infortunio disciplinario, decide no cenar “para que se entere el coronel de lo que es bueno”. Luego confesó su decepción y ha sido uno de los millones que solicitan un nuevo referendo.
    Desde que en 1824 se llevó a cabo la primera previsión de resultados, se ha ido constituyendo un saber que ha pasado a ser considerado científico y presume de consistencia doctrinal: la “demoscopia”, que maneja una tecnología social y cierto aparato teórico. Pero las cosas no están tan claras, como se muestra por las consecuencias de sus dictámenes, llenos de aciertos, es verdad, pero con errores clamorosos, que empañan seriamente su credibilidad y el fundamento teórico de sus presupuestos.
      Tratar de prever la compleja decisión voluntaria y libre de la voluntad humana entendida como una gestión anticipatoria muestra las carencias del procedimiento. La demoscopia se mueve en el ámbito sociológico, dando como cierta una especie de “inteligencia de enjambre” que estandariza comportamientos sicológicos y con la que juega con una especie de imitación ambigua de las colonias de hormigas o los rebaños en el pastoreo, por citar algún ejemplo. Pero el paso de uno a otro ámbito (de los sociológico a lo sicológico) no está claro que sea filosóficamente legítimo por la complejidad inherente a cualquier decisión personal, con el juego de las emociones, los pensamientos y, fuera del sujeto, los intereses y las presiones. Y para colmo la profecía autocumplida, de Robert Merton, esa teoría que se aplica a la influencia que los propios sondeos tienen sobre el propio voto. En estas condiciones y otras por el estilo, lo de acertar las encuestas parece más un juego de adivinación que una conclusión científica. Y en estas lides tenemos a Cicerón enfadado por su rechazo a este juego. ¿Hacerlas? Bueno, pero conociendo su inconsistencia esencial.

Publicado el día 1 de julio de 2016

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