El Consejo de los Quinientos (y 2)

     Además de las dos principales tareas que tenía adjudicado el referido Consejo de los Quinientos (investigar, y sancionar en su caso, si alguien había incumplido lo prometido al pueblo, y proteger la democracia de los excesos de la mayoría), ese organismo tenía una peculiaridad que también hoy vendría al pelo. El caso es que los miembros de tan solemne organismo eran elegidos por sorteo. Y no por el capricho de algún legislador iconoclasta o algo por el estilo. Mucho habían discutido los griegos en cómo buscar un sistema que garantizase la independencia de los jueces y pudiese evitar que actuaran movidos por alguna inclinación perversa, hasta que llegaron a la conclusión que esa, el sorteo, era la forma idónea de una justicia, al menos, más limpia. Momentos hubo en los que, para que estudiaran mejor los asuntos, el sorteo se hacía la víspera del procedimiento pero, tras observar que más de uno aprovechaba la noche para corromper, acabaron efectuando el sorteo justo en el momento de comenzar el juicio, cuando ya nadie podía comunicarse con los elegidos.
Lo del sorteo quedó en los anaqueles de la historia. Y ahora que ya no hay juicios de Dios y ni siquiera arúspices o augures, en nuestra joven y brillante democracia, moderna y consensuada sobre todo, los nombramientos del poder judicial y los de los tribunales de altura se deciden por reparto entre partidos. Así sin más. Y sin que a nadie de los responsables se les haya observado ni una mueca de reparo o de turbación. Incluso la cosa llega a que hay quien reclama por qué no se echó a un determinado juez, que es como decir: ojo, que nosotros estamos para quitar y poner jueces según nos parezca. Y para eso nos jalean infalibles zurupetos capaces de discernir el fondo de las cosas. ¿O no? Faltaría más. 
  Pero lo que muestra a las claras la nube de humo en que está metida la alta clase política es que ha creado una realidad propia en la que vive, adulada por un coro de contumeliosos, paniaguados y demás que, con unas cuantas cosquillas dialécticas, se han lanzado contra quienes han vituperado la acción. De todas maneras una virtud tiene este momento, una virtud impagable que poca gente expresa, y es que la hipocresía y el fingimiento han sido derrotados. Antes se sospechaba con más o menos argumentos y sospechas pero hoy sabemos lo que hay y no es necesario andar con fantasías. Todo se aclara más cada día. Mejor. 

Publicado el día 29 de noviembre de 2013

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