Una curiosa noticia

       Contaba la revista La Codorniz (por cierto estos días en la Diputación), allá por los viejos años sesenta, la conmoción que se produjo en el pueblo cuando vieron que eran verdad los propósitos de don Librado, que así se llamaba el señor del que hablamos. Y era así porque en el fondo la gente, la de bien naturalmente, creía que sus intenciones eran como una pose o, incluso, una prosopopeya, pero que en ningún caso iba a llegar a donde llegó. Bien es verdad que ya desde niño lo había manifestado una y otra vez pero todos creían que se trataba de “cosas de niños”. Todas las gentes, de bien claro, que iban de visita a casa de sus padres, para agradecer el chocolate y los bizcochos que acababan de paparse, preguntaban al niño, con sonrisa de conejo: - ¡Y tú qué no quieres ser, Libradito? Y él erre que erre. Los visitantes, tras pedir que les trajeran más bizcochos, comentaban, benévolos: -Cosas de niños... Pero ya se le pasará con el tiempo. 
Esa era también la opinión de los padres, que aguardaban el momento de que sentara la cabeza y se pusiera a hacer lo que todo el mundo hacía. Pero don Librado, firme en sus creencias, desdeñaba el guateque y el gap y estudiaba griego y cálculo integral, como si aquello sirviera para algo, comentaban las personas principales que allí eran las mismas que las de bien. Porque entonces, como no había televisión ni siquiera local y ni una mal gacetilla que contara lo que hacían unos y otros, y tampoco era cosa que don Servando, preste de toda la vida, utilizase el púlpito en la homilía de los domingos, que eso sí que no gustaba a las beatas (que también solían coincidir con las personas de bien), pues las cosas se publicaban normalmente en el casino que era el tribunal que fijaba los criterios de lo que era verdad y lo que solo chismorreos. Porque ese casino era de los de verdad. Por supuesto allí entraba solo la gente de bien y sus veredictos eran tan infalibles que ni hacían falta pruebas de ADN ni nada. Y ¿qué era lo que no quería ser don Librado? Pues especulador. Pero ni de un simple apartamentito, nada de nada. Así es que, como es natural, las cosas le fueron regular. Como le habían aventurado en el casino.
Y se pregunta Castellano, quien firma la noticia: ¿Que usted no había oído jamás cosa parecida? No me extraña pero tenga en cuenta que, si no se tratara de un caso fuera de lo corriente, yo no me molestaría en contárselo.

Publicado el día 15 de noviembre de 2013. 

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