Navidades todo el año

      No se diga que la cosa no es simpática y sugerente. Estábamos en que las fiestas tienen por lo general un origen pagano y que luego la Iglesia las había ido cristianizando al transformar lo que habían sido manifestaciones populares, más o menos regladas, normalmente en torno a actividades agrícolas. Y habíamos avanzado en el discurso, social y moral, de cómo las iglesias se habían dejado arrebatar ese protagonismo, por cómo El Corte Inglés había despojado al calendario litúrgico, con su adviento y todo lo demás, de la iniciativa de declarar el ciclo navideño, acarreando, según las citicas de personas biempensantes, una verdadera orgía de despilfarro y dispendio. Empezábamos ya a meternos, como cada año, en sermones llenos de admoniciones contra esa derivación ritual ahora dominada por los mercados, cuando aparece el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, declarando entre fuegos artificiales y música de villancicos el inicio de la Navidad “para dar al pueblo la suprema felicidad social" y señalando dos meses para ese ciclo anual. 
Éramos pocos y parió la abuela, diría un castizo al ver cómo va creciendo el número de entidades y personas dispuestos a marcarles a las gentes sus fiestas, sus diversiones y los ritmos colectivos de celebración y ceremonias. Pero no se diga sin embargo que la propuesta del presidente venezolano no tiene enjundia y prosapia. Frente a la referida banalización de nuestros festejos viene el referido presidente y habla de valores morales y sociales, nada menos que de la “suprema felicidad”, que eso sí que es un ideal moral de tomo y lomo. Ya decía hace un montón de siglos Epicuro que la beatitud no está en lo material sino en lo moral.
Y por qué no imitarlo, adaptándonos por supuesto a nuestra idiosincrasia nacional, autonómica y popular. Porque las buenas ideas siempre que se pueda deben copiarse. También nosotros, viendo el desbarajuste que hay de disposiciones, rectificaciones, improvisaciones, ocurrencias y lances del estilo, ya puestos a cambiarlo todo sin tocar lo importante (que eso es propiedad de los poderosos), podemos aprovechar para establecer un nuevo calendario de festividades sabiendo que cuando cambiemos de opinión nos cabe desecharlo o modificarlo a nuestro antojo. Además cualquier antropólogo de gabinete podría justificarlo. ¿Qué más da? Ya metidos en el caos, a lo mejor alcanzamos esa suprema felicidad. Quién sabe. 

Publicado el día 8 de noviembre de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario