Una sociedad perfecta

       Andaba el hombre muy enfadado echando sermones sobre la decencia y el decoro general sin cortarse un pelo. Insistía en los principios morales como argumento para sostener la ciudad y la cosa pública pues no otra era la razón posible para implantar la justicia y el derecho, harto tiempo (reprochaba a los otros) dejados y aflojados. Los suyos eran discursos de cierta apariencia de rigor y seriedad, al menos tal como ponía la cara cuando hablaba. Hasta se citaba como ejemplo de cómo él podría llevar a cabo lo que en principio predicaba para los demás, sus propias leyes: yo sí seré capaz de hacerlo, ejemplificaba sin ningún rubor. Y remataba su discurso, aparentemente enriquecedor pero en el fondo cargado de anatemas encubiertos y un firme pesimismo, con aquella queja tan famosa, en verdad era una regañina de padre y muy señor mío, nunca mejor dicho: si es que todo el mundo anda a lo suyo, menos yo que voy a lo mío.
Es un fenómeno social bastante curioso, afortunadamente poco frecuente y que siempre patrocinan los mismos. Se diseña un sistema, una sociedad perfecta en un gabinete y todo el mundo tiene que acomodarse a esa forma de vida. Se cuenta, en una mezcla de broma, que un día le preguntaron a Hegel, el filósofo que pasa por haber sido el mayor teórico de cómo es, porque así debe ser, la Naturaleza, el Mundo y la Sociedad, qué pasaría si un gato, por ejemplo, no entrara en el sistema, es decir, fuera una contradicción que existiera. Tanto peor para el gato, dicen que dijo. ¿Qué pasaría a la gente si no se adapta al sistema de mundo perfecto? Pues tanto peor para la gente, es decir, a fastidiarse y buscarse recodos.
Cuenta Jonathan Swift cómo Gulliver vio que los gobernantes y los ricos de Laputa tenían a su lado “a muchos, vestidos de criados, que llevaban en la mano una vejiga hinchada y atada, como especie de un bastoncillo corto. Dentro de estas vejigas había unos cuantos guisantes secos o unas piedrecillas… Con ellas sacudían de vez en cuando la boca y las orejas de quienes estaban más próximos… A lo que parece, las gentes aquellas tienen el entendimiento de tal modo enfrascado en profundas especulaciones que no pueden hablar ni escuchar los discursos ajenos si no se les hace volver sobre sí con algún contacto externo sobre los órganos del habla y del oído. Son los sacudidores (climenole en su lengua)”. Un buen montón de ellos vendría muy bien por aquí.

Publicado el día 10 de enero de 2014

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