El Consejo de los Quinientos

Establecía la constitución ateniense la existencia de un consejo de ciudadanos cuyo peso político y social y las responsabilidades que le eran propias le hacían soportar la enjundia fundante de la democracia, era la asamblea última y definitiva que garantizaba la democracia. Aunque tuvo algunas modificaciones menores, estaba constituido por quinientos ciudadanos y se llamaba precisamente así: el Consejo de los Quinientos. Sus miembros eran elegidos por sorteo. Entre las tareas que tenía parece obligado recordar en este momento dos muy características de la salud de la res-pública. Una era investigar, y sancionar en su caso, si alguien había incumplido o no lo que había prometido al pueblo. La otra era proteger la democracia de los excesos de la mayoría. Dos quehaceres que, a lo que se ve, hoy vendrían de perlas. 
Porque el problema realmente grave que está soportando la sociedad es que reformas estructurales para salir de la crisis, una expresión que se nos dice y repite como un eslogan para que la acabemos soñando, no ha habido ninguna y lo único regulado es que el ciudadano soporte con su esfuerzo el peso de la salida de la crisis y, además, sin un diseño teórico previo sino a salto de mata, según ocurrencias y acasos. Donde realmente se están haciendo tales reformas estructurales es en el ámbito ideológico o constituyente, mediante leyes y leyes que afectan a todos los ámbitos de vida civil y están modificando sustancialmente las reglas básicas de juego con el grave y pavorosa condición de que están siendo aprobadas exclusivamente por el partido dominante. (Y que cada uno asuma su responsabilidad). 
Con este panorama desalentador, celebrando estos días la para algunos gloriosa referencia de los dos años de legislatura, alguien ha recordado aquello de que, después de la Guerra Civil, era obligado señalar, al final de cualquier aviso público, como referencia histórica y de fecha, el “año triunfal”. Y el caso fue que un día un carbonero se quedó sin mercancía y tuvo que cerrar el comercio, anunciándolo, eso sí, a la clientela. Así es que para acatar lo legislado colocó un gran cartel que decía “Se acabó el carbón. Segundo año triunfal”. Las crónicas dicen que, a pesar de su esmero en cumplir la ley, fue multado. Hoy sería imposible averiguar qué tratamiento recibiría a la vista de la ley salvadora de nuestra libertad que está cayendo sobre nuestras cabezas.

Publicado el día 22 de noviembre de 2013

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