El Espíritu Santo, en crisis

    Circula por las redes sociales el sucedido de un cura de pueblo, al que un feligrés, queriendo conocerlo “de primera mano”, le pide opinión sobre el nuevo papa. Pero, hecha esta consulta tras la declaración a un periódico de que él nunca había sido de derechas, el interpelado sacerdote de entrada decide denostar el procedimiento de una entrevista en un periódico “como si fuese un político más” cuando una autoridad como la suya, que procede directamente de Dios, solo debe expresarse mediante fórmulas adecuadas a su supremo magisterio; lamenta indignado su incomprensible rechazo a la derecha “única posición acorde a la doctrina de la Iglesia, al dogma y a las buenas costumbres”;  y acaba su perorata con este sorprendente vaticinio: “pero no debe preocuparse porque es muy viejo, está muy enfermo, le falta incluso un pulmón y va a morirse muy pronto”.
     Asombroso y sorprendente cómo asuntos considerados especialmente sacrosantos se ven de pronto envueltos en una pátina, ese carácter indefinible que con el tiempo adquieren ciertas cosas, que dice el diccionario. Pues el caso es que, tras la alta consideración y respeto que siempre se le ha tenido, acorde a su signo de divinidad, ahora resulta que el Espíritu Santo ha perdido respetabilidad y prestigio. ¡Cuántas admoniciones se han hecho cuando alguien aplicaba criterios electorales puros a la elección del Romano Pontífice. “Los periodistas tenéis que hablar con el Espíritu Santo”, advertía con braveza el cardenal Amigo. Pues ahora no. En algunos ambientes eclesiásticos rezuma la convicción de que con el nuevo papa el Espíritu Santo se equivocó, así sin más, y por ello tenemos lo que tenemos. Que ni siquiera le molesta que le llamen marxista.
   Lo destacable de este acontecimiento para un observador no avezado es que son justamente los sectores que se consideran a sí mismos más ortodoxos, más puristas con el dogma y la doctrina, como “los guardianes de la fe auténtica” los que están promoviendo esta conjetura y estimulando con ello la desobediencia al papa aunque sea por la vía de no respetarle ni hacerle caso. Precisamente de los que diría el historiador griego Polibio, como comentaba de los romanos, que eran más religiosos que los mismos dioses. Pero este hecho confirma que quienes fustigan con la ortodoxia y el látigo de la disciplina ni creen ni buscan la verdad sino solo un remedio a sus quebrantos y paranoias.


Publicado el día 20 de diciembre de 2013

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