La magdalena de Proust

     “Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo?”.
Si hay un texto conocido de “En busca del tiempo perdido”, del escritor Marcel Proust, es este de la nostalgia que le produce la magdalena con la que se encuentra de pronto, cuando ya ha recorrido un razonable tramo de vida, suficiente para que todo se haya desplomado y nada subsista ya “de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas” mientras solo “el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo.” Ver la magdalena no le afecta en absoluto, pura visión externa de todas las confiterías, pero el sabor, al probarla, hace levantarse aquella vida anterior como si de pronto ante nosotros se levantara un escenario antiguo donde están las claves de lo que fuimos e hicimos. 
Aunque Sánchez Ferlosio dice que vivimos empujados por modelos de conducta artificiales, lo más cierto es que ello ha ocurrido en todas las épocas y más especialmente en los momentos es los que la rutina de cada día se sustituye por estridencias especiales de una época del año. Como ahora (hoy, ayer, mañana…) cuando sobreactuamos mediante un modo de vida lleno de estereotipos. Con ese “secreto doloroso de una vida anterior que, al decir de Baudelaire, me hacía languidecer”.

Publicado el día 27 de diciembre de 2013

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