Comida, bebida y sexo

Defendía M. Foucault, un importante filósofo del siglo pasado que, si pudiera establecerse una pauta cultural de Occidente, ésta es la forma en que hemos trasladado el sexo al lenguaje, una pauta muy antigua pero que, poco a poco, a diferencia de nuestros hermanos orientales, se ha ido llenando de tintes penitenciales y otros modos de expresión más o menos viscosos o confusos que utilizamos. Dicho de otra manera, nuestro entorno cultural se distingue del resto del mundo en la consideración del sexo como algo profano por lo que no existen cultos fálicos ni ceremonias que aseguren la fertilidad, como describe Javier Ortega.
Viene a cuento esta referencia si uno se pone a considerar el buen lío ha podido montar el famoso actor Michael Douglas al afirmar que el sexo oral fue el causante del cáncer que ha padecido. Tanto que en seguida se ha dedicado a desmentir lo que aseguran que dijo, sugiriendo que este tipo de enfermedad se produce por motivos diferentes que la práctica que él había señalado. Y, claro, al vincular el placer y el sufrimiento ha dejado en el ambiente un no sé qué que rehúye la broma y se encauza en el gusto morboso del padecimiento como resultado del goce y el regalo. Seguro que para disfrute de más de uno (por arriba o por abajo, que de todo hay en la vida).
Poca gente desconoce el concepto de lo que los sicólogos llaman “la autonomía funcional”, un camino de progreso evolutivo que ha seguido, y sigue, nuestra especie en diversos ámbitos del comportamiento y que sustancialmente consiste en que hemos ido perfeccionando y desarrollando de tal manera nuestra relación con las necesidades elementales que poco tienen que ver con lo que eran. Aunque hay muchos otros y muy importantes, los ejemplos que en las conversaciones se utilizan son tres: la comida, la bebida y el sexo. Lo que en principio era, y sigue siendo, la respuesta a unas necesidades básicas, ha acabado dejando a un lado, a través del perfeccionamiento científico y cultural, lo originariamente biológico  de manera que ahora en bastantes ocasiones bebemos sin sed, comemos sin hambre y practicamos el sexo sin buscar hijos. Independientemente de su necesidad originaria, hemos hecho un arte de la bebida; un arte de la comida; un arte del sexo. Y para disfrutar de ello, comemos, bebemos y sexualizamos en todas las variantes razonables de cada una de estas tres actividades. Incluido el oral.

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