Los seguidores

        Resulta curioso, al menos a primera vista, que sea Gnaton, personaje de una comedia del escritor romano Terencio, nada menos que del siglo II a.n.e., el que se atribuya a sí mismo el mérito de haber inventado lo que llama “la renovación, el nuevo mérito de cazar pájaros”, es decir, de mantener la raza de los parásitos. Tan convencido está de haber descubierto la nueva y definitiva forma de vida de este tipo de personaje que, refiriéndose a un antiguo y desfasado colega, llega a decir: “Le invité a seguirme para ver si era posible que, de la misma manera que las escuelas filosóficas reciben el nombre de sus fundadores, así también los parásitos se llamaran gnatónicos". Y para justificar la bondad y eficacia de sus afirmaciones y el peso de sus argumentos asegura: “¡mira qué color, qué lustre, qué ropa, qué carnes! Lo tengo todo y no tengo nada y, aunque no tengo nada, sin embargo nada me falta”. Así que ¡éxito total y vida plenamente resuelta! Pero el intríngulis de esta historia, no está muy claro si en la ficción o en la realidad, el intríngulis está en saber cómo el protagonista ha alcanzado tal grado de fortuna que hasta le lleva a proponer seguidores y discípulos. 
La novedad de Gnaton sobre los métodos de la escuela antigua estriba en que, antes de su reforma, todos aquellos que querían vivir en torno a un personaje, acompañándole en un juego mezclado de cohorte y de protección, se veían obligados a hacer las gracias necesarias para mantener contento al señor y aguantar más de un pescozón y buenos golpes, todo acorde al humor del importante. De ahí la revolución  incuestionable de nuestro hombre: “hay una clase de hombres, dice, que quieren ser los primeros en todo y no lo son. A ellos les sigo; en vez de prestarme a que se rían de mí, soy yo el que me río de sus gracias, y al que al mismo tiempo admiro su ingenio. Cualquier cosa que dicen, la aplaudo y si dicen lo contrario, aplaudo también. Si uno dice que no, digo que no; si dice que sí, digo que sí. En fin, me he propuesto adularlo en todo. Este es hoy, con mucha diferencia, el negocio más fructífero”. 
      Naturalmente, se entiende, con su método revolucionario, propio de mentes lúcidas y de ingenios sibilinos, sinuosos e insondables y no con la vulgaridad del palo y tentetieso, de la presión chanflona y sin categoría. En estas condiciones, ¿lo seguirá siendo a día de hoy? ¿Hacia dónde habría que mirar?

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