La casa del otro lado

Dentro de los eslóganes de que se nutren los discursos oficiales y oficialistas, aconsejando remedios para salir de la confusa situación en que nos encontramos, hay uno que de alguna manera prevalece y es el de la competencia. Y no es que en las pasadas épocas de bonanzas hayamos marginado tal recomendación. Antes al contrario, la gente lista y que se da cuenta de por dónde vamos ya se cansó en su momento de advertir y regañarnos de que, por el camino que habíamos tomado,  no íbamos en la buena dirección; que tanta competencia, competitividad y rivalidad, en lugar de promover una buena evolución, estaba estropeando las cosas más de lo razonable. Pero, como nadie hizo caso y todo fue competir, competir y competir, pues así quedó el asunto. Ahora sin embargo estamos en otro escenario, en otro territorio muy diferente, y el camino a seguir tiene otros componentes y otras virtualidades.  
El intríngulis está en que de lo que se trata en estas circunstancias es de resistir y aguantar, que, como suenan los vientos y las tempestades, mantenerse ya es bastante. Lo que requiere una buena capacidad de entereza. Es la hipótesis llamada de la “reina roja” por el personaje de Lewis Carroll que le dice a Alicia en A través del espejo: "En este país tienes que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo sitio". Como explica Javier Sampedro, este paradigma son las carreras de armamentos entre predador y presa: los conejos corren cada vez más para escapar de los zorros, lo que fuerza a los zorros a correr cada vez más para seguir comiendo lo mismo que antes; las corazas de las presas se hacen cada vez más duras y las pinzas de sus predadores cada vez más fuertes, con lo que todos corren lo más que pueden para que todo permanezca en el mismo sitio. 
En un relato clásico y muy conocido de A. Chéjov la policía detiene a un paisano por desatornillar las tuercas de la vía férrea que pasa por su pueblo. Él explica que las necesitaba como peso para pescar. Lo paradójico de la historia, por lo demás una simpleza, es que el acusado sinceramente no entiende cuál ha sido su falta porque no pretendía nada malo. “¡Pero pudo haber causado víctimas!”, dice el juez. “¿Qué dice, señoría? ¡Si solo era para pescar!”, responde el procesado. A lo mejor el gran engaño de este tiempo consiste en creer que, como dice Alicia, existe una casa al otro lado del espejo. La que se ve y aparece.

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