La fama, otra mercancía (y 4)

Si se analiza con cierto distanciamiento y aplomo, la fama ofrece, cuando se la cita, un “no sé qué” extraño y raro. Como si todo lo relacionado con ella oliese a chamusquina, no fuese algo claro, estuviera contaminado de malas artes. De una persona se pueden decir muchas cosas, afirmar bastantes cualidades, unas desde luego que nuestra cultura dominante considera positivas y de buen tono y otras, como es natural, que vienen a ser un baldón para quien las posee.  Decir de alguien que es famoso genera en muchos casos dudas y recelos, escuchar la palabra fama produce un cierto tufillo de sospecha, de algo que no está limpio del todo. Al punto que, como excusa, lleva en seguida a que sus protagonistas distingan en seguida entre quienes la buscan de manera directa y los que se topan con ella al margen de sus intereses o deseos. 
Probablemente esta circunstancia se produce porque en el fondo hay una censura moral, cierta o simulada. Pero ¿por qué este escándalo o anatema, por qué esta repulsa ética para con la fama? En realidad la notoriedad, la nombradía es un bien, un recurso de negocio, una moneda con características similares a cualquier otro capital o dinero que utilizan aquellos que o no tienen otro valor que vender o prefieren hacer uso de esta ventaja por las sinecuras que ofrece. Sobrevenida o buscada, cada uno hace uso de ella de acuerdo a sus preferencias y necesidades. Como cualquier otro de los muchos recursos de que nos valemos los humanos para vivir, sobrevivir o buscarnos una vida más placentera. Un producto que, como en una especie de bolsa de la vida, sube o baja de valor. Lo apunta don Quijote: “Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera”. Y tanto.  Como siempre.
Podrá molestar que alguien venda sus intimidades (de manera real o simulada, que ese es ya otro cantar) pero la condena ética y moral de esta acción, incluso si es sincera y no manipulada, resulta injusta. ¿Que por qué hay gente que vende sus intimidades? Como otros comercian con otras habilidades, manuales o intelectuales, como en definitiva todos negociamos con lo que tenemos, aquello que se transforma en mercancía porque hay alguien que lo compre. En verdad que estamos llenos de hipocresías, apariencias y dobleces. Un capital y una dividendo. ¿Quién no vive de sus cualidades?, ¿coinciden las cualidades de una persona en ser buenas con ser rentables?

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