Sobre certezas y verdades

      El gran filósofo griego Aristóteles comienza su libro más importante con la afirmación de que “todos los hombres desean por naturaleza saber”, un alegato justo y preciso pues a eso se ve obligada, quiéralo o no, la condición humana: tratar de averiguar todo lo que le concierne para su supervivencia y desarrollo. Si nuestra especie no hubiese ido avanzando en el conocimiento del mundo, es bastante seguro que habríamos desaparecido o, al menos, no seríamos hoy como somos. No es por tanto un asunto menor o de poca monta la cuestión de la ignorancia. Que de la misma manera que no podemos dejar de respirar ni de alimentarnos, tampoco es posible andarse con chiquitas con eso de la impericia.
     Pero, en el fondo, ¿de verdad sabemos algo más allá de cuatro recetas para sobrevivir como para poder hablar ex cátedra según afirman algunos que hacen los papas?, ¿de verdad? Sin embargo como aquel que andaba por la calle diciendo: “tengo una respuesta, ¿quién tiene una pregunta?”, como si todo estuviera claro y terminante sin posibilidad alguna de duda ni resquicio de incertidumbre, se lanzan en nuestro espacio social con cierta frecuencia certezas absolutas y terminantes tal fueran bombas de máxima precisión, se sueltan verdades de toda guisa buscando romper cerebros y mentes. En unos casos referidas a cuestiones ideológicas y que resultan ridículas, simplemente si se encajan en un tiempo y una dimensión cósmica de miles de millones de años o de infinitos universos. Y en otros tratando de imponer modos de convivencia social como si el “ardipithecus ramidus”, de hace 4,4 millones de años, o Lucy, de hace 2.3, ya hubiesen dispuesto de nuestras mismas instituciones e idénticos usos sociales eternos. 
     Quevedo, con su eterna y dura ironía y tras confesar que “en verdad no se sabe nada de nada”, tiene claro que no lo tiene claro y al lector (“como Dios me lo deparare: cándido o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna”) le ofrece su catálogo: “En el mundo hay algunos que no saben nada y estudian para saber…; Otros hay que no saben nada y no estudian porque piensan que lo saben todo…; Otros hay que no saben nada y dicen que no saben nada, porque piensan que saben algo de verdad…; Otros hay, y en éstos que son los peores entro yo, que no saben nada, ni quieren saber nada, ni creen que se sepa nada, y dicen de todos que no saben nada y todos dicen de ellos lo mismo y nadie miente”. 

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