Don Favila y lo del oso

La mayoría de los españoles (por no utilizar la figuración de: todos), la mayoría, de derechas o de izquierdas, moderados o progresistas, creyentes o agnósticos, moros o cristianos, altos o bajos y guapos o feos, seguro que coinciden, sin matices, sin rubor y asumiendo toda su responsabilidad, en creer a pie juntillas como hecho histórico que a don Favila, sucesor de don Pelayo lo mató un oso. A partir de ahí, las opiniones empiezan a diversificarse y ya es muy difícil conseguir lo que hace unos años estaba de moda, el consenso. Que si fue un encuentro casual; que es que se había ido de montería de la que Froiliuba, su esposa, bellísima por cierto, había intentado disuadirle; que si el propio rey por señalarse pidió a sus monteros que, como en las corridas de toros, le dejasen solo como al maestro; que si el oso se lo comió; y otras referencias por el estilo ya son peripecias y lances dudosos y por tanto discutibles. La coincidencia se circunscribe a que un fatídico oso dio con él. 
Así las cosas, ya tenemos delante una situación social tipo. Una verdad, que se considera incontestable, y a su alrededor un montón de teorías, hipótesis y conjeturas que vaya usted a saber qué grado de verosimilitud tiene cada una. Leyendo a unos y otros cronistas con sus intérpretes apropiados se puede llegar a conclusiones de lo más dispares. Desde el nombre y la belleza de su mujer a que por joven ni tuvo esposa… y otros tantos pormenores del mismo extremo, hay opiniones y explicaciones de todos los gustos y sabores. 
Andan estos días algo alborotados algunos políticos discutiendo sobre el margen de opinión que tienen los ciudadanos, lo que se llama la “opinión pública”. Si aceptamos como válida la definición de ese concepto que sugiere la socióloga Elisabeth Noelle-Neumann, como el conjunto de “opiniones y modos de comportarse que pueden expresarse y exhibirse en público sin arriesgarse al aislamiento”, ello quiere decir que, validada como opinión pública y verdad histórica lo del oso, nadie en su sano juicio se atrevería a negarlo porque ello le llevaría al aislamiento, a la posición de persona, cuando menos, extravagante e ignorante. Negar en público lo que es verdad oficial o que trata de imponerse como  tal, es muy peligroso porque lleva al aislamiento pero ello no significa que no esté ahí. No es tan fácil aceptar que le hagan a uno comulgar con ruedas de molino.  

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