Una anotación sobre el poder

Tratar de encontrar sistemas desde los que luchar directamente contra el poder para destruirlo es con más frecuencia de lo deseable uno de los esfuerzos más inútiles que puede hacer el ser humano en la búsqueda de su liberación. No hace falta para demostrar este aserto recordar a los semidioses mitológicos como Prometeo, cuyo hígado acabó, como todo el mundo sabe, de alimento diario de un águila. Tampoco es necesario echar mano de la lista de las revoluciones, incluyendo las que fueron consideradas como triunfadoras, de las que hay más de un ejemplo en lo que alguien ha llamado nuestro patio. Ni referirse a los que, una vez proclamados héroes de estas batallas por la emancipación de los débiles, luego la historia acabó considerándolos malvados y egoístas.   Para darse cuenta de la imposibilidad de esta tarea, sólo es necesario analizar la palabra que lo representa. Porque, de la misma manera que una sal desalada ya no sería, ni podría llamarse, sal, el poder que hipotéticamente fuera sometido, dejaría automáticamente de ser poder. El poder, si verdaderamente lo es, consiste en la completa dominación y en el momento en que perdiera esa cualidad, sería otra cosa. De ahí la tentación de todo el que lo posee de aplicar fórmulas que, con diversas excusas, no son sino procedimientos más o menos sutiles de totalitarismo. Por supuesto que en las formas blandas de sociedad, cuando de verdad el poder está tan disperso que de hecho nadie lo posee, se transforma en un legajo a disposición de cualquier intérprete que pase a su lado. Es únicamente en estos contextos en los que cabe la posibilidad de un deterioro interno poder que permita pasar de una a otra mano con cierta facilidad. 
Pero lo trágico viene en las formas duras con apariencia de blandas. Cuando en lugar del látigo, se ofrecen las dudosas zanahorias de teorías, frases y discursos, apoyados en mitos de contenido religioso o pararreligioso y desde luego en supuestos de valores absolutos que sirven de tapadera al engaño más total. Estas son las situaciones realmente peligrosas. Entonces ¿no hay salida al poder absoluto basado en cuentos y leyendas con apariencia de verdad? Quizá el único resquicio es volver de revés las teorías engañosas porque, si es verdad que a Prometeo le era muy duro que el águila se le almorzase diariamente el hígado, no se sabe si es peor para el águila tener que comer hígado todos días. 

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