Pobre don Acísculo

Aunque mucha gente no lo crea o no lo haya reflexionado, las palabras son seres vivos. Pero vivos de verdad, como cualquiera de nosotros. Bien es verdad que algunas son casi eternas, privilegio de que no gozamos los humanos,  pero en la práctica su comportamiento es bastante similar al nuestro. Por lo general, como nos ocurre a nosotros, nacen; se desarrollan; contraen enfermedades, son marginadas y caen en desuso; tienen éxitos y triunfos y así están en la boca de todos poniéndose de moda; y sus relaciones sociales son tan complejas o más que las de nuestra especie: forman familias, tienen hijos y nietos… Entonces, siendo así, ¿las palabras se casan? Naturalmente y algunas hasta se transforman en monógamas y fidelísimas con su pareja que no hay manera de separarlas. Bien es verdad que hay las que se ajuntan sin ningún tipo de pudor y otras que se separan y se divorcian, pero unas pocas viven toda la vida en santo matrimonio.  
¿Hay alguna larga sequía que no sea pertinaz o algo pertinaz que no sea una sequía?, ¿acaso una chupa que no sea de dómine o dómine que no tenga una chupa?, ¿o algún sitio en que haya de todo y no sea en botica?, ¿una forma de vivir bien que no sea de rey y una comida exquisita que no sea un bocado de cardenal? Y cuando alguien está convencido de algo y se mantiene firme, ¿se cierra en algo que no sea en banda? Pues así hasta el infinito. Y sabiendo, por supuesto, que todo esto es hoy pero que en el fondo, en el fondo cualquier palabra en cualquier boca puede caer en promiscuidad o amancebamiento y luego ya se verá. 
Lo malo de las palabras inseparables y monógamas es que, como pasa también en la vida en general, a veces resultan pesadas. ¿Hay algunas vacaciones que no sean merecidas?, uno de los latazos más tediosos e insoportables de todos los veranos, especialmente en los medios de comunicación más melifluos y remilgados. Porque, veamos, ¿cuánta gente merece en verdad unas vacaciones? ¡Ah! Triste historia en muchos casos este maridaje y, si no, véase lo que le ocurrió a don Acísculo de Montealba, según la crónica de La Codorniz: era este señor un probo hombre de pueblo que por más impulsos que hacía nunca conseguía llevar a cabo una protesta enérgica. A él le salían protestas justificadas, protestas suficientes, y hasta protestas convincentes, pero nunca enérgicas. Y así hasta que acabó reprobado y desacreditado por todo el mundo. 

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