Cosas de la fama (1)

A estas alturas de la vida sorprende que haya quien se asombre y pasme de que existan personas que, por encima de todas las cosas, busquen la fama y el conocimiento, no siempre por supuesto reconocimiento, general. Extraña porque dicho deseo de notoriedad no es de hoy sino que ha estado presente a lo largo de toda la historia humana. Ya sea su origen la sed de inmortalidad y permanencia entre los vivos, que preconiza don Miguel de Unamuno; el refuerzo de la autoestima, que sugieren algunos sicólogos; o una manera de buscarse la vida, no existe rincón ni grupo en el que no haya más de un candidato a ese honor. ¿O acaso no da incluso entre los animales en la demanda, en ese caso, de beneficios alimentarios o sexuales? Y cuando se entra en ese juego de búsqueda de renombre todo vale y de todo hay que aprovecharse si no se tienen mayores méritos o merecimientos. 
Datos y noticias de lances de esta pretensión los hay por cientos. Cervantes en El Quijote relata más de uno como aquel que sucedió “al grande emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma”, que, estando sobre el tragaluz de un edificio muy alto, le confesó “Mil veces, sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo por dejar de mí fama eterna en el mundo” Claro, que, hablando de fama, el personaje imprescindible es Eróstrato (o Heróstrato), aquel pastor griego que en la noche del 21 de julio del año 356 a.n.e. (es la fecha convencional) quemó el templo de Artemisa en la ciudad de Éfeso, una de las siete maravillas del mundo, con la sola finalidad, según declaración propia aunque confesada bajo torturas, de ser famoso, de que la historia se acordase de él. Es conocido que el rey, para castigarlo, condenó a quien mencionara su nombre pero la ingenuidad de esa decisión no pudo ser mayor. Es como cuando se prohíbe un libro y ya se sabe. Eróstrato, llamado al principio el innombrable, no solo es citado por un montón de autores sino que hasta da nombre a un tipo de complejo: la tendencia a asesinar personajes famosos para conseguir los 15 minutos de gloria y nombradía.
Nadie piense que nuestros vicios y nuestras virtudes caen bajo la férula de la evolución y son por tanto diferentes de los que adornaban a nuestro antepasados. Aparte modas y pensamientos únicos, según el capricho y los intereses de los poderosos, nuestra conducta es la misma de siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario