Los conflictos desconocidos

Sabido es que todos los comportamientos de los seres vivos son interesados, nacen por intereses, palabra por cierto desgraciada pues se le achaca en determinados ambientes sociales una discutible valoración decente negativa, lo que no se corresponde en absoluto con el uso neutral que hacen de ella los sicólogos y científicos en general. Este es un hecho como lo puede ser la ley de la caída de los graves o los principios de la termodinámica. Ya los filósofos principales nos han advertido de que una cosa son los hechos y otra las valoraciones que podamos hacer de las cosas de la vida, lo que significa que este principio básico de la conducta, comportarse en función de los intereses, nos impide valorarlo como bueno o como malo; simplemente es así. Diferente es que pueda producir efectos no deseados, como ocurre con la gravedad cuando, por ejemplo, se nos cae un objeto y se rompe. Los conflictos nacen (todos los sabemos y lo percibimos cada día) de los choques de intereses por unos u otros motivos mal resueltos.
Situaciones hay en las que viene a ser casi imposible superar o disolver los conflictos, especialmente cuando estos vienen exigidos por las estructuras en que se vive: dice el antropólogo Marvin Harris, refiriéndose, entre otros ejemplos, a la India, que en las castas inferiores no lograr mantener un posición respetable como miembro de las mismas equivale a perder la oportunidad de trabajar hasta en los oficios más ínfimos y, por tanto, hundirse aún más en la miseria. Ello origina un círculo vicioso tan infernal que, por antinatural que pueda parecer, aquellos que menos se benefician del sistema más lo consolidan y fortalecen.
Pero lo más dramático de esta tragedia humana sobreviene cuando los conflictos no tienen espectacularidad ni son conocidos y entonces la muerte o la aniquilación, física o moral, es doblemente estúpida. Por ello resulta cuando menos ofensiva la discusión de si hay que poner las cosas encima de la mesa por desagradables que parezcan. Eso no significa en modo alguno apoyar todos los tonos y maneras de su difusión. Antes al contrario, resulta cada vez más imprescindible la exigencia ética de hacer llegar a la opinión pública los conflictos que generan abusos de poder, especialmente los estructurales, por su sutileza y maldad. Pero hay que hacerlo no como espectáculo sino precisamente con el rigor que exigen tantos sufrimientos humanos.

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