Querer y saber irse

Dicen los politólogos que, salvo el caso del romano Sila, los dictadores no abandonan el poder cuando lo controlan. Seguramente es verdad pero también lo es que a lo largo de la historia muchísimos políticos han decidido su renuncia. Otra cosa es por supuesto quienes lo hacen de manera prevista y establecida en las leyes y reglamentos. Pero hay quienes, por la razón que fuera, dejan el sillón sin que esté previsto en el procedimiento. Uno de los últimos gobernantes de nuestro entorno de quien corren rumores que pronto pueda hacerlo, al haber promovido un sistema de declaración personal de sustitución, ha sido José Griñán. Bien es verdad que aún ejerce su tarea pero no solo se ha convertido en el “pato cojo” de USA sino que parece bastante probable que se marche un día de estos. Al menos eso asegura mucha gente. ¿El motivo? Únicamente se sabe que unos días antes del anuncio, a la pregunta de cómo se encontraba respondió: "Mayor y rodeado de enfermedades". 
La teoría política democrática y popular establece tradicionalmente que el gobernante, para justificar su gestión, debe respetar dos legitimidades, la del  origen, sobre cómo fue elegido y la de ejercicio, la manera de gobernar. Pero hay una tercera, también imprescindible si se quiere que florezca la gestión representativa, que es la respetar los procedimientos para la alternativa de la sucesión. En algunos regímenes está legalizado el llamado “dedazo”. En otros, más participativos y más democráticos, el sistema resuelve la continuidad. Lo que sin embargo pervierte el proceso y lo transforma en deshonesto políticamente es hacer una cosa, palmeros orgánicos incluidos, y decir que se hace la contraria, sobre todo cuando no es necesaria, nombrar una vicaría ad limitem, diciendo que se la elige popular y democráticamente. 
La simulación de un falso procedimiento ha sido tosca intelectualmente, tan poco sutil la teatralidad, que no puede entenderse que sus autores crean que alguien les ha creído. Pero los políticos están tan acostumbrados a negar la evidencia y creer que la gente lo admite, que llegan al paroxismo de pensar que viven donde no viven. El diccionario define el paripé como fingimiento, simulación o acto hipócrita. Pero no se olvide que en la Tesis de Nancy, Ramón Sender, a través de su personaje, lo entiende como “una especie de desaborisión con la que se les atraganta el embeleco a los malanges”. 

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