Lo que renta la infidelidad

Emma, o mejor, si se quiere, Madame Bovary, lo había mandado llamar para decirle “que se aburría, que su marido era odioso y la existencia horrible”. Y ante la pregunta de Rodolfo sobre qué podía hacer él para remediar la situación, “¡Ah, si tú quisieras!... Estaba sentada en el suelo, entre las rodillas del hombre, suelto el pelo… y con un suspiro: Nos iríamos a vivir a otro sitio… a alguna parte”. Era un amor que, a juicio de Flaubert, crecía y crecía alimentado por la repulsión del marido. En una especie de proporción inversa, cuanto más se entregaba a uno, más execraba al otro y el “crescendo” provocaba en ella cada vez más un escalofrío de vida y de angustia al mismo tiempo. Ya conocen quienes hayan leído esta novela, que casi llena todo el siglo XIX, la prosopopeya y el  empaque de un adulterio fastuoso.
En todo caso ya se sabe la opinión de Montaigne, en el siglo XVI, que de alguna manera representa la concepción dominante burguesa, una especie de pensamiento único, cuando recuerda que la esencia del matrimonio, es “la posteridad y los demás”. Porque, claro, argumenta: “una cosa es el amor y la voluptuosidad y otra el matrimonio ya que en éste lo importante es la descendencia y en él el sexo sólo como por cortesía para no aficionarse. Una mujer seria no quiere ocupar con su marido el papel de entretenida”. Y lo grave es que basa su argumentación nada menos que en Aristóteles, que argumentaba “que hay que querer a la mujer propia severa y prudentemente, no sea que asediándola con lascivia extremada, el placer la desplace de los linderos de la razón. Ya que un placer excesivamente apasionado, voluptuoso y asiduo adultera la semilla y dificulta la concepción”.
Pero ya todo esto es historia. En estos tiempos que vivimos se ha perdido todo el montaje escénico de bombas y cohetes y la sencillez y naturalidad se han adueñado del escenario. Ahora, como dice el chiste, ya no hay que ir por las casas consistoriales. Hoy basta con una llamada o un gesto en internet para encontrar lo que se busca y, al contrario de lo antiguo, se quiere que nadie lo sepa. Así la empresa Ashley Madison, aquella que llenó de real publicidad nuestros espacios públicos y se dedica al negocio de la infidelidad, es una de las más entable del mundo y está a punto de salir a bolsa. Y con la salvedad de que, por cada hombre, hay dos mujeres clientas. Y el mercadeo no es ninguna tontería.

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