De ferias y festejos

Uno de los entretenimientos más fabulosos es el seguimiento de los reglamentos de conductas en ferias, festejos y romerías que los gerifaltes de toda la historia han impuesto a sus súbditos o ciudadanos. No hace falta ser un notable investigador: son tan frecuentes, extravagantes y diversos que asoman por cualquier rincón de los libros de historia. Por citar algún ejemplo para adornar estas afirmaciones, “Las siete partidas” de Alfonso X; las normas de los Reyes Católicos dictaminando el número de personas que podían ser invitadas a una boda o bautizo para evitar las ruinas de las familias; la prohibición del chambergo que acabó con el motín de Esquilache; y últimamente poder quitarse la coleta los chinos. Naturalmente todo envuelto en grandes principios filosóficos, metafísicos y religiosos para echarse a temblar.
Parece obvio, sin embargo y sin necesidad de disquisiciones doctrinales, que estas fiestas populares han sufrido para una parte de la juventud un cierto quebranto expresivo al eliminar y excluir el carácter singular de cada una de ellas. Poco se ha estudiado este tema en cuanto a su universalidad y perseverancia pero el rito y el ritmo es idéntico en todas, ya se trate del comienzo del año, la fiesta de las cruces o la navidad, una modalidad que no se conoce en ninguna cultura. Desde luego que, a lo largo de la historia, todas, del tipo o sentido o significación o finalidad que fuere, siempre han tenido los mismos componentes: alcohol, cantos y bailes, música, prostitución más o menos encubierta… pero la mezcla de todos ellos han proporcionado cierta singularidad a cada momento y ocasión del año.
Ahora parece que este motivo lo aprovechan instituciones conservadoras (no se mezcle con derecha e izquierda que no siempre coinciden la opción social con la política) para con diversas excusas atar al personal. Pero ¿qué resuelven estos patrones de conducta? Ni ideológica y culturalmente está aclarado el diseño porque, metidos a filósofos e historiadores, quién define qué es tradicional o no. Mas el problema y la dificultad del Ayuntamiento de Fuengirola estará en la praxis. ¿Actuarán como agentes de la autoridad músicos que permitan distinguir unos géneros musicales de otros?, ¿qué tribunal decidirá y por qué procedimiento si una composición musical ha entrado en la tradición de Andalucía? Y así otro montón de trivialidades que adornan lo que es serio. 

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