El gallo que despertó a Mícilo

Luciano de Samosata, un filósofo del siglo II que escribió libros de humor ácido y hasta cáustico, cuenta en uno de sus Diálogos que Mícilo estaba dormido soñando que era muy rico hasta que un malhadado gallo le despertó muy de mañana, lo que le llevó a darse cuenta de lo que era en verdad: un pobre, que hoy llamaríamos de solemnidad. Muy disgustado con el animal, comenzó a lanzarle improperios de todas clases: “Mal hayas tú, gallo perverso, el mismo Júpiter te acabe; mal hayas mil veces, inquietador de mi descanso que ahora con tu voz aguda y penetrante me quitaste de un dulcísimo sueño”. A lo que el gallo contestó: “Señor Mícilo, menos cólera que en verdad pensé yo que le hacía un gran favor porque, levantándote más temprano antes de que saliera el Sol, pudieses trabajar más y hacer más obra, así tendrías más tiempo para ganar de comer de aquí a la noche. Mas, si no quieres, duerme cuanto quisieres porque, cuando no tengas  para conseguirte el sustento diario, echarás de ver lo que es hallarte rico durmiendo y despierto muerto de hambre”.
Tamaña discusión entre el gallo y Mícilo si ponemos sobre la mesa el alcance de la realidad y de su origen, de lo que pasa y de lo que debería pasar. Porque en el cuentecillo, si bien se mira, se entrecruzan dos niveles que, con más frecuencia de lo pudiera parecer a primera vista, en bastantes ocasiones están distantes y contrapuestos. Por una parte una recomendación instrumental: “despierta y trabaja si quieres comer”. Pero por otra y sobre todo lo que en principio puede parecer ante un supuesto deterioro de las costumbres una lección moral, una invitación al cumplimiento del deber, una llamada a un estilo de vida. Así lo entiende el autor en las consideraciones que añade al chascarrillo y la misma opinión parecen compartir tantos predicadores morales que, al hilo de la movilización de los poderosos para sacarle más jugo a la gente (lo que ha acabado denominándose crisis), andan mezclando churras y meninas con los valores morales. Todo ello en un intento, consciente o ingenuo, de encubrir con supuestas razones aparentemente sensatas, juiciosas y justas (lo que los filósofos llaman ideologías) lo que es simplemente un aprovechamiento culpable y perverso.
En el fondo es la pregunta que como título de un libro propone Jorge Wagensberg: “Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?” Es decir, dónde está el sueño.

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