Cuitas para la monarquía

Aunque a veces es contradictoria, uno de los ingredientes más significativos y reiterados de la sabiduría popular es un alto punto de sarcasmo y desesperanza. Señalar el lado negro de las cosas o aventurar que caeremos por el precipicio forman parte del argumentario común por aquello de ser realistas. Ahí están para documentarlo, bromas aparte que es mejor reír que llorar ante lo inevitable, las leyes de Murphy. La primera ley de Scott: “lo que va mal, por lo general, tiene aspecto de funcionar bien” o corolarios tan conocidos como: “si algo no puede salir mal, saldrá mal”. Hablamos mucho sobre lo que son las cosas, sobre la realidad como si ésta fuese única cuando en verdad nada es sino como nosotros lo vemos, como lo percibe nuestra hermenéutica. 
Como quien no quiere la cosa, empezaron a complicarse los asuntos de la monarquía, algo así como empezar a dar tumbos, en unos casos con cierto fundamento y en otros no tanto, que tampoco hay que exagerar. El caso es que no andan muy bien y los sondeos de opinión y determinados comportamientos públicos muestran un cierto chirrido incómodo y agrio. ¿Tiene arreglo espontáneo? Esto es lo arisco porque fórmulas que tratan de componer el desaguisado se vuelven del revés. Lo del yate, por ejemplo: donado buscando mostrar austeridad, pues se hacen lenguas que si a buenas horas y a esa edad; que así pagará los impuestos el Estado; que, si por razón de protocolo fuese necesario, estaría a disposición… y otras monsergas del estilo. A la no imputación de la infanta le ocurre lo mismo: que los fiscales y abogados del Estado van con el abogado defensor; que la otra señora que se supone ha jugado un papel similar sí lo está; o que ya veremos cómo queda el lío del yerno que, como se usen argucias legales, legítimas por otra parte, a ver cómo reacciona la gente. Todo muy turbio. 
Del desaguisado no augura buen final, para este y otros asuntos del particular político, el siempre citado Montesquieu: “el principio del gobierno monárquico es el honor, el del despótico el temor y el del democrático la virtud y cuando ésta se pierde, es muy difícil recuperarla” y añade que ni el despotismo puede sobrevivir sin el temor de los ciudadanos ni la democracia sin virtud cívica ni la monarquía sin honor. Y Quevedo se pregunta en “El alguacil endemoniado” si hay reyes en el infierno y se responde que muchos. ¿Pesimismo?, ¿optimismo?...veremos. 

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