Hablar y decir

Proponen algunos paleontólogos que la primera palabra que pronunciaron nuestros antepasados fue la negación “no”, en un proceso de transmisión de experiencias anteriores. Dicho de otra  manera, ese “no” significaba indicarle al otro que lo que pretendía llevar a cabo era peligroso, difícil, de mucho riesgo y que por tanto “no debía hacerlo”. Dicen que el “no” pudo ir vinculado a alguna prohibición paterna. Y la razón parece sencilla: nuestra especie ha podido sobrevivir porque ha sabido trasmitir a los nuevos miembros que se han ido incorporando sus experiencias, lo que ha evitado que cada individuo haya tenido que aprenderlo todo por sí mismo. En ese caso hubiéramos desaparecido. Esa es la función de la cultura como medio de transmisión de conocimientos y lo que ha evitado que cada uno tuviéramos que empezar desde cero. Seguro que también las demás especies vivas tienen un “no” en sus comunicaciones pero ese es ya otro cantar.
El “no”, que efectivamente pudo estar al principio de la comunicación como sistema o medio para dirigir, advirtiendo en un caso o reprimiendo en otros,  la conducta de los novatos supone, a juicio de los lingüistas, la suprema determinación clarificadora. Sin apenas necesidad de habla y más apoyado en el decir. Porque, no se olvide, decir y hablar no son la misma acción. Decir y hablar, o hablar y decir, en verdad poco tienen en común y apenas relación. No todo el que habla dice ni tampoco quien dice habla. Precisamente en esta época estamos de mucho parloteo, encubridor y  que distrae sin que en muchas oportunidades apenas dice nada.
Cuenta el historiador griego Heródoto que había un rey egipcio enormemente interesado en averiguar qué pueblo era el más antiguo y, para conseguir su propósito, pensó que lo más lógico era indagar cuál es la primera palabra que, al romper a hablar sin influencia alguna, pronuncian los niños. Para ello ordenó a un pastor que mantuviera a un par de niños, elegidos al azar, alejados de todo ser humano. Así fue hasta que a los dos años un día estos, dirigiéndose al pastor, le dijeron “becós”. Hubo que escudriñar el origen y el significado de la palabra. Y entonces se descubrió que ese término, becós, es el que utilizaban los frigios para denominar al pan. Curioso. “No” desde la ciencia y “pan” desde la leyenda son las primeras palabras del lenguaje humano. Pan y no, que siempre hablan y dicen. Y vaya que sí.

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