Si Gilgamesh fue o no un personaje
real es algo que está por ver. Parece, según opina la mayoría de los expertos
en historia antigua, que sí, que, más realidad que leyenda, hacia el año 2600
hubo un rey en la ciudad mesopotámica de Uruk con ese nombre, hijo de una diosa
y de un Gran sacerdote. El caso es que era un gobernante singular y
contradictorio: tenía mucha fuerza y bastante energía, lo que venía muy bien
para la defensa de la ciudad y para empujar a su gente a trabajar con objeto de
levantar las obras públicas necesarias para el buen gobierno. Desde este punto
de vista sus paisanos consideraban que les resultaba muy útil y se sentían
felices seguidores y admiradores suyos, dispuestos a entregarle los sacrificios
que les pidiera. Pero el problema que presentaba era que tan excesiva pujanza,
mezclada además con gestos soberbios e insolentes y que no dudaba en esclavizar
a quien fuese necesario, les hacía la vida demasiado molesta, hasta que un día,
hartos ya, promovieron una ceremonia para pedir a los dioses que les creara un
guerrero lo bastante fuerte que pudiera ponerlo en su sitio... Largo es el
poema de ese nombre pero baste contar que los inmortales les hicieron caso y una
diosa madre modeló con arcilla y barro a Enkimdu, que éste tras un período de
formación con la diosa-prostituta Shamhat se humanizó y, como era su destino,
acabó en una singular pelea enfrentándose a Gilgamesh.
Probablemente poca gente tenga
presente en su memoria el gesto del entonces primer ministro Papandreu,
proponiendo hacer un referendo para ver si aceptaban las cargas que desde la
Unión Europea se le imponían al país. Aquella famosa frase que, como algunas
otras de calado intemporal, pasará sin duda a la historia: “la democracia está
por encima del apetito de los mercados”, y que a más de uno hizo recordar lo
que en la misma tierra que pisaban había dicho el gran Pericles en el famoso
discurso de exaltación de la democracia ante un soldado muerto en defensa de su
pueblo cuando proclamó que por ese motivo serían “admirados por los de ahora y
los de después…”.
La
propuesta del político griego fue tachada por personas de toda índole de
excéntrica e insolidaria y resultó excepcional y extraordinariamente curiosa la
reacción popular y colectiva europea. Dejémonos de poesía y de exquisiteces,
bramó más de uno, que los valores sólidos y sobre los que se fundamenta la
convivencia ahora hay que aparcarlos mientras resolvemos cómo repartir los
despojos que quedan de la gran cacería a la que nos hemos acostumbrado.
Gilgamesh y Enkimdu pelean
brutalmente delante de todo el pueblo en un combate que hace retumbar los muros
de los edificios vecinos hasta que, reconociendo que sus fuerzas iguales en
potencia impedirán que alguno gane la reyerta, deciden hacerse amigos y,
juntos, viajar en busca de aventuras fabulosas. Pero esta decisión provoca un
gran quebranto entre los ciudadanos que temen quedarse sin su adorado y, al
tiempo, temido protector. Y una perspectiva nueva, a pesar del tiempo
transcurrido, sobre los valores populares, que habría que tener presente para
evitar seguir dando tropezones.
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