Una terrible pregunta


       Hay una pregunta terrible que, como aquella de Sócrates a Polemarco, está pataleando sobre determinadas conciencias de alguna gente. Una pregunta en busca de respuesta a algo que no se acaba de entender ni en el ámbito del conocimiento, de las razones que hayan podido provocar esta situación, ni en el de la sensibilidad, conmovida al apreciar cómo, una vez más al modo de lo que ha ocurrido siempre en la historia, los grandes y fuertes acaban masacrando a los más débiles. Como si se hubiese hecho realidad el sarcasmo y el veneno de aquella historia que Gila narró tantas veces: andaba yo por la calle cuando vi un grupo de gente que apaleaba con furor y brío a un pequeñajo. ¿Me meto o no me meto?, ¿me meto o no me meto…? me pregunté y, al final, me metí y entre todos le dimos una paliza que ni te imaginas.
        La exclusión de la sanidad pública de los llamados familiarmente “sin-papeles” ha puesto en el espacio social unas preguntas previas que parecen de sentido común: ¿Realmente responsables públicos de la Europa que predica al mundo la virtud y los derechos humanos han sumado y evaluado al céntimo los gastos que genera al sistema de la sanidad pública la atención a estos inmigrantes de dudosa legalidad?, ¿y, tras esa contabilidad rigurosa y cierta, no han encontrado otra forma de cubrir su financiación que suprimiéndola?, ¿sería posible conocer a cuánto ascienden, para confirmar de una vez por todas o rechazar de manera definitiva, el rumor de que son precisamente las personas con esa condición y no otras las que provocan el déficit que parece está consumiendo nuestra organización?, ¿se puede averiguar y conocer qué tanto por ciento es el monto total de este ?, ¿sería posible conocer dicha cuantía y dicho porcentaje?, ¿podrían conocerse los estudios que, sin duda, se han debido hacer con todo rigor y exactitud, dadas las derivadas de cuestión tan comprometido y doloroso, tratando de buscar alternativas de ahorro, sin tener que llegar a remedio tan extremo?, ¿y qué ha pasado, que, una vez analizadas todas estas posibilidades, no se ha encontrado ninguna que ofrezca otra solución y no ha habido más remedio que dejar todo como está, sin tocar nada, y limitarse a expulsar a personas del sistema para que este pueda seguir funcionando en beneficio de los que han quedado dentro? 
       Pero la pregunta clave es esta: ¿se han tomado minuciosamente y con la delicadeza propia de un asunto tan grave todas las precauciones anteriores o, por el contrario, los referidos administradores de lo público, aprovechando que ancha es Castilla, han optado, como es tradición desde los RRCC, a que “sin más salgan de nuestros reinos y no vuelvan a ellos en manera alguna” de forma que, “si no es así, den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las orejas…”? 
     A la pregunta de Sócrates sobre si puede ser propio del hombre justo hacer mal a uno cualquiera de los hombres, Polemarco respondió: “seguramente, siempre que se trate de hacer daño a los rematadamente malos”. Pero Sócrates replicó en seguida: “¿El hombre justo es bueno?”

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