La importancia de lo inútil


      De muy pocas cosas hay mucho que decir. Pocas son las verdaderamente vitales sobre las que se pueden hacer teorías o deducir doctrinas de alcance universal y permanente. Incluso de la mayoría basta con que se las nombre para que todos sepamos de qué va la historia y no requieran de explicaciones complejas y enmarañadas. Porque, aunque a primera vista pudiera parecer lo contrario, la verdad es que de casi nada hay materia para hablar mucho. Si el lenguaje representa, como dice el filósofo Emilio Lledó, una oculta relación original entre el pensamiento y el mundo, cuando éste tiene pocas propuestas es lógico que el discurso sea tan simple como la realidad. Y esto vale sobre todo cuando se trata de hablar de cosas inútiles. En este caso, además, resulta innecesario en principio todo lo que se diga ya que si el asunto no sirve para nada, la atención que se le dedique es perder el tiempo. Y cosas inútiles, o aparentemente al menos inútiles, las hay en demasía. Puede que la mayoría de lo que usamos y a lo que dedicamos nuestra curiosidad tenga esa condición.

     Una de las cualidades, sin embargo, que posee nuestra especie, uno de los atributos que nos confiere su puesto de honor en el mundo de lo creado es precisamente nuestra capacidad de hacer útiles a las cosas inútiles, de dar sentido a aquello que inicialmente no lo tiene. Y esta virtualidad, que permite muchos trazas, se lleva a cabo y alcanza su mayor perfección cuando se hace a través del lenguaje, de la palabra. El método es muy simple: se trata de inventar, en relación a cualquier nimiedad, un mundo extraordinariamente complejo de palabras, frases y expresiones que, aunque no digan nada ni signifiquen nada, dan materia suficiente para que estén ocupados mucha gente durante mucho tiempo. A ello hay que añadir la circunstancia de que, al no merecer la pena tomar el asunto en serio, todos los que se ocupan de él lo hacen con el desenfado y el distanciamiento de lo sobrevenido, de lo que únicamente tiene el valor de llenar el tiempo.
      En la sociedad el parloteo ha adquirido un grado de importancia sublime desde que apareció la laringe. Y así ha sido desde el principio de los tiempos, desde las charlas a la luz de la lumbre o en el campo en noche de luna llena. Dice el primatólogo Joseph Call que a los chimpancés no les interesa para nada conversar y sólo usan el modo imperativo, para pedir zumo o comida". Pero en el caso del homo sapiens esta realidad es un inmenso tesoro. Probablemente el mejor de todos con los que la raza humana se ha topado a lo largo de su historia. ¡Cuánta gente quedaría sin tarea que hacer si sólo se hablara o dijera lo que hay que decir! ¡Cuánta gente vive de hablar de lo inútil!
       Pero de que las cosas ocurran así nadie tiene por qué enfadarse ya que al fin y al cabo de lo que se trata es de comer y de vivir trabajando. Y tampoco es razonable exigirles a los ciudadanos que, cuando terminen de ocuparse de lo que les preocupa, de todo lo que les resulta útil (el trabajo, la salud o los afectos), dediquen su tiempo libre a discutir sobre el sentido de la homeóstasis, las cuestiones básicas de la mecánica cuántica o la aplicación de las derivadas.

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