Una vieja tradición guanche narra
que, cuando había sequía, organizaban una procesión hasta el mar y, ya en la
orilla, “golpeaban febrilmente con varas y palmas la superficie del agua…
golpeando y golpeando las olas…”. También el gran rey persa Jerjes, cuando
venía a conquistar Grecia, se enfadó muchísimo porque una tormenta había
destruido el pasadizo que con navíos habían hecho en el mar y “considerándolo
indignante, ordenó asestar al mar trescientos azotes a latigazos y arrojar al
agua un par de grilletes… y hasta envió estigmatizadores que lo marcaran con
hierro”. Así es que lo de dar palos al agua ya se ve que no es de ahora sino
que tiene detrás una larga tradición. Palos al agua, que es lo mismo que dar palos
de ciego, un golpe dado sin mirar a quién o a dónde. Como golpear al destino, a
pesar de las advertencias de Júpiter. Acciones todas estas tan irreflexivas
como ineficaces.
Como en La Verbena de la Paloma,
“ustedes por allí y ustedes por allá”, sin que se conozca origen, destino, a
dónde lleva cada atajo o cada trocha y qué hay a la vuelta de la esquina.
Órdenes y contraórdenes por doquier, palos al agua, palos de ciego, palos al
destino. Cientos de ejemplos tenemos. Valga uno singular: “el fracaso universitario
cuesta 3.000 millones”. Sin más. Sin los ingredientes teóricos mínimos de una
afirmación de esa gravedad. Sin que se conozcan códigos económicos, sociales o
académicos ni se presente algún estudio o análisis científico que explique o
justifique esa grandísima y descomunal acusación dirigida. Aprovechando la
facilidad de los bien pensantes, de los que se lo creen porque están deseando
creérselo, da toda la impresión de ser una ocurrencia sobrevenida, a lo mejor
tomando café, propia de un arbitrista. Y así, una vez lanzada de manera
apriorística la culpa a los estudiantes, (¡que paguen!), ya nada hay que
reformar, que mejorar, nada que cambiar cuando cualquiera que conozca el mundo
universitario sabe que en esa corporación hay rincones estructurales que
impiden de manera absoluta que un alumno, haga lo que haga, incluidos los siete
trabajos de Hércules, pueda aprobar un curso completo por año. Imposible. Pues
ahí queda ese ejercicio de absoluta demagogia.
Naturalmente en una situación
confusa no es posible que todas las rutas estén claras y se sepa claramente por
dónde se ha de caminar. En un escenario así caben las dudas y los titubeos, más
aún son muestra de inteligencia pero una cosa son los cabildeos para tratar de
despejar el sendero y otra los palos de ciego, los palos al agua y los palos al
destino.
“Antes del mar, de la tierra, y del
cielo que todo lo cubre, la naturaleza tenía en todo el universo un mismo
aspecto indistinto al que llamaron Caos: una mole informe y desordenada, no más
que un peso inerte, una masa de embriones dispares de cosas mal mezcladas”
comienza la Metamorfosis del poeta romano Ovidio. Y la tierra “era algo caótico
y vacío y tinieblas cubrían la superficie del abismo…”, asegura el Pentateuco
en su primer versículo. Tras el Caos, vino el orden pero enseguida fuimos
descendiendo, dicen los oráculos, desde una primera edad de oro.
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